Estoy solo.

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Estoy solo.

Es así de simple y es así de crudo: solo.

Más solo que nadie a quien haya conocido y ha sido así desde siempre, o al menos desde que tengo uso de memoria. Me encuentro aislado de todos y no sé cómo evitarlo.

Duele mucho. Es una gota que se ha ido acumulando día tras día a lo largo de ya casi 40 años hasta llegar a un punto en que siento como mis resistencias comienzan a ceder. Estoy cautivo en una jaula que, algunos dirán, he construido yo mismo. Yo les diré, que si eso es así es porque nací para ser un arquitecto de barrotes, pero que si hubiese podido escoger, jamás habría sido esa mi elección: estar solo.

He tenido amigos, muy pocos y cada uno de ellos me ha dejado. No los culpo, obviamente algo no está bien en mí, acaba alejando a quienes alguna vez se acercaron y evitando que la gran mayoría ni siquiera se tome la molestia de buscar mi cercanía.

He tenido 5 amigos, en toda mi vida. 2 Durante mi niñez, 2 durante mi adolescencia y 1 durante mi adultez. Nada más. Eso no puede ser normal y ciertamente no dice nada bueno sobre mí.

Estoy solo. Me siento grotesco. No sé confiar, y la única vez en que lo he hecho al parecer no fue suficiente; simplemente mi amistad fue desechada (aunque diga lo contrario) y con ello una parte de mí quedo más sola que antes, si acaso parecía imposible llegar a ese extremo.

Hoy, lo más parecido a un amigo que tengo, es una perrita. Mas, claro está no es un amigo de verdad, sino un ser que tuvo la fortuna -o mala fortuna- de ser dependiente de uno.

Soy un solitario por elección o por condición o quizás por una mezcla de todo lo anterior. Sé, y estoy perfectamente consciente de que el sabor de la vida lo entregan las relaciones, lo vínculos, la complicidad y el compañerismo. No tengo nada de eso y por lo mismo no tengo ya nada que perder.

Afortunadamente, estas consideraciones que me encuentro exponiendo durante esta abochornada noche de diciembre, algunas veces se deslizan fuera de mi conciencia y las olvido. Entonces puedo respirar con mayor liviandad y la angustia que tan a menudo se yergue encima de mi pecho se marcha por el tiempo que dure esta especie de amnesia compasiva.

Mas, los hechos son los hechos y la verdad siempre se impone: estoy solo y a pesar de las apariencias lo cierto es que resulta demasiado tarde para cambiar.

No saldré saltando en desesperación a buscar que alguien me brinde su atención, no buscaré mendrugos de aprobación ni proferiré palabras que denoten mi voraz necesidad de aceptación. Esas cosas siempre traen como respuesta lo opuesto de aquello que se busca: desprecio, abusos, indiferencia y sorna, dejándome ya no solo con la carga de mi soledad, sino además con el dolor de los desaires de aquellos que por desesperación busqué. Porque si de algo puedo sentirme, ligeramente orgulloso, es de no conocer a nadie que lidie mejor con su aislamiento que yo mismo.

Estoy solo. Lo acepto. Quizá aún pueda ayudar a un par de personas, y de ese modo disminuir la, a ratos, asfixiante sensación de estar en una mazmorra y de no valer un céntimo.

 

Eso si que es importante, lidiar con uno mismo en un sentir que aparentemente atormenta. Me ha gustado adentrarme en la historia.

Saludos!

Palmira