Lo que mi alma siente…

El aula del segundo piso acogía al grupo C de quinto curso. Éramos muchachos de catorce y quince años que empezábamos las clases en aquel octubre que todavía pintaba de sol las mañanas. Estrenábamos libros y teníamos nuevos profesores, que siempre eran una incógnita para todos nosotros. Hoy tendríamos clase de Literatura a primera hora; en principio era una asignatura que, a mí particularmente, no me decía gran cosa. A las nueve en punto entró el profesor. Era un agustino alto, moreno y delgado de rostro serio y mirada penetrante. Esta era la primera ocasión en que nos daría clase y resultaba una incógnita. Caminó decidido hasta el estrado, subió y en el encerado escribió un nombre: Gerardo Diego.


Se volvió hacia nosotros y, por todo saludo, nos dijo:
“Voy a romper la pluma.
Ya no la necesito.
Lo que mi alma siente,
yo no lo sé decir”


Y continuó:


“Son palabras del poeta cuyo nombre he escrito en el encerado. Comenzaremos con la poesía, pues es la forma en que determinados sentimientos que no pueden ser expresados de otro modo, se pueden dar a conocer”


Y habló largo y tendido del sentir y del sentimiento, de las letras y las palabras, de la poesía y los poetas.


Se me abrió un mundo nuevo, un universo desconocido donde cabían infinidad de posibilidades. Un mundo que se construía a medida que se escribía, que rompía las fronteras de lo cotidiano para expandirse por todos los horizontes. Era una magia potente y maravillosa que endulzaba el momento, que levantaba montañas y ponía en pie lo que parecía destruido. Un hechizo que se leía, que se te metía dentro, llegando hasta el corazón, atravesando el alma con la lanza de un verso, abriendo un hueco en el firmamento por el que discurrir una vida.


Terminó la clase y nos propuso un pequeño trabajo, encontrar algo parecido o que tuviese un sentido similar a los versos con los que había comenzado la clase; nos daba una semana de tiempo y luego los alumnos lo expondríamos en el aula.


Se me pasaron las tardes rebuscando en la biblioteca del colegio, entre los libros de mi padre hasta que, más por suerte que por otra cosa, tropecé con unas estrofas que me parecieron apropiadas.


Mentiría si dijese que no estuve preocupado aquellos días, hasta que se cumplió el plazo que nos había fijado el profesor. Aquel día al iniciar la clase, el profesor preguntó:


“¿Alguien ha encontrado algo que nos pueda servir para comparar con el poema de la semana pasada?”


Hubo un silencio sepulcral en el aula. Nadie decía nada y las miradas de la mayoría se escondían en el pupitre. Entonces levanté la mano:


“Yo creo que tengo algo que puede servir”


Me miró el profesor, me invitó a subir al estrado y me dijo:


“Exponga su hallazgo”


Estaba nervioso y me temblaba el papel en la mano. Carraspeé para aclararme la voz y comencé:
“Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible y calla”


Me miró inquisitivamente y continué:


“Es de Rafael Alberti y creo que expresa ese sentir de que, en ocasiones, la razón no es capaz de expresar aquello que siente el corazón”


Sonrió, me felicitó y me envió a mi sitio. Se entretuvo explicando los versos que yo había leído, las concordancias que había con los versos que él había mencionado y las diferencias marcadas por el momento y la ocasión en que cada uno los había escrito.


Cuando terminó la clase, me llamó a un aparte y me entregó un poemario de Pedro Salinas.


“Es un regalo”


Dijo.
Y me abrió la puerta definitiva que nunca más se ha cerrado.

 

Creo que como decíamos hoy, un profesor especial puede despertar talentos y el amor por la materia que dicta.
Todos hemos tenido cerca seres inolvidables, intuitivos, que sabían ver el potencial y eso es algo que se lleva a nivel humano.
Un buen profesor jamás se olvida. En sí nunca olvidamos a quienes de alguna u otra manera nos llevaron a aprender y a crecer.
Y tareas, tareas eran las de antes, sin la computadora, sin Google, sin Wikipedia. Era cuestión de sumergirse en libros, no había otra manera de hacerlo, y se necesitaba mucha dedicación y voluntad para obtener resultados óptimos. Pero añoro esos años felices aunque todo costara más.
Y es hermoso el final con el regalo de tinta y papel. Creo que quien regala letras realmente regala una joya.
Siempre es un gusto leerte, amigo.
Un gran abrazo y gracias por compartir tan bella página de la memoria de tiempos luminosos.

 

A veces me gusta rememorar, pasear por el pasado y traerlo al presente en unas letras Von mayor o menor acierto. La aventura de aprender puede ser así, un poco mágica, hermosa si quien te enseña es capaz de abrirte puertas a estancias interesantes. Así que escribe uno una pequeña historia y en ella pone el recuerdo embellecido de un momento especial. Gracias por llegarte madrugadora hasta estas letras y dejarme estas palabras tan bellas. Me honra tu presencia y me precio de tu amistad. Un agrazo.

 

Hay personas, en este caso un profesor que dejan huellas indelebles en nuestra alma, que sin saberlo trazan nuestro camino. Son el faro que nos guía hasta ese puerto que no sabíamos que existía.
Como bien dice tu prosa, un profesor tiene el poder de hacer que ames o no la asignatura que dictan, que desarrolles tu talento o por el contrario que quedes estancado.
Ese profesor supo ver en ti una gema al regalarte algo tan preciado como un libro Luis
Es una bella historia la que nos has contado , son momentos inolvidables que hacen bien al alma recordarlos como se merecen.
Siempre es un enorme placer leer tus historias colmadas de nobles sentimientos. Un gran abrazo con muchas sonrisas.

 

Muchas gracias por llegarte hasta este rincón y leer mis letras. Es bueno recordar los momentos y las personas que nos marcaron y dejaron huella. A veces un gesto afable, una palabra o un regalo, te van a abrir unas perspectivas nuevas y te mostrarán senderos que desconocías. Me alegra que te haya gustado esta pequeña historia, que no quiere más que abrir una ventana de atención al universo poético. Agradezco tus palabras y tu presencia. Un abrazo sincero.

 

La poesía nunca se termina de escribir, siempre harán falta poetas. Hermosas letras.

 

Gracias por la visita y por sus palabras. Espero de corazón que siempre haya poetas. Un cordial saludo.

 

Creo que es cuestión del azar que alguien así, como tu maestro, se cruce en nuestro camino, y cuando se produce es una auténtica bendición porque son como alquimistas, capaces de transformar la materia y convertir una casa oscura de ambiente enrarecido, en una morada con grandes ventanales y ambiente fresco, siempre llena de luz.
Me han gustado mucho tus palabras evocando a esos "magos" de la enseñanza, Luis, yo también tuve esa suerte, aunque tardía, con la música.
Un fuerte abrazo.
Javier

 

Muchas gracias Javier por tan hermosas palabras. En ocasiones el destino nos pone delante ocasiones que, si nos esforzamos un pico, Dan un giro a nuestra vida. Yo tuve una de esas oportunidades y fue todo un descubrimiento.
Gracias por pasar por estas letras. Un cordial abrazo.

 

Me transporto con tu relato a otros tiempos. Tuve la suerte de contar con buenos profesores en ciencias... en las letras tuve que poner mucho de mi parte.
Cuánta importancia cobra el azar, o algo parecido, para tomar un camino u otro. En mi caso primó mi adicción al griego y el latín, y que me dijeran en el instituto que no podían dar clases a un solo estudiante de mixtas.
Bueno, el caso es que expresas una gran complicidad entre alumno y maestro, y que dejas claro esos laberintos de la palabra y del pensamiento que se convierte en poesía en buenas manos y claras mentes.
Regalos nos dio la vida, y con el tiempo cobran valor.
Todo un placer de lectura y reflexión, Luis.
Un abrazo desde estas lluvias que se agradecen por el Mediterráneo.

 

Es una suerte y como tal lo intentó reflejar en mis letras, el encontrar a quien sabe mostrarte un camino, en el convencimiento de que te irá bien recorriéndolo. Yo tuve esa suerte y por eso comparto estas líneas. Gracias por tus palabras y por acercarte hasta este relato. Un cordial abrazo.

 

Ayyyy qué maravilloso e inolvidable profesor tuviste la suerte de tener amigo Luís, y es que un buen profesor te enseña a aprender y a ser maestro de ti mismo, y este agustino que te impartió clases de Literatura despertó en ti la afición por las letras y también el don que te ha otorgado Dios para expresarte a través de ellas, porque, querido Luís , eres un magnífico escritor que sabes transmitir con belleza toda una gama de sentimientos con la que se pueden identificar todos los hombres y mujeres de la tierra, y llegará el día en que ya no estés aquí en este espacio y tiempo pero tus palabras viajarán por los aires y se respirarán y oxigenarán corazones.
Encantada y maravillada de leerte entrañable amigo, miles de besos para ti llenos de mucho cariño y de mucha admiración....muáááácksssssss

 

Así es, mi querida Isabel. Uno es lo que lleva dentro y lo que otros le entregaron. Cuando tropiezas con personas que son capaces de estimularte , de darte alas para que te vayas forjando y seas capaz de descubrir mundos, se abre ante uno todo un abanico de ricas posibilidades. Este relato es un homenaje a un profesor que contribuyó de forma importante a forjar la persona que soy hoy.
Agradezco mucho tu presencia en estas letras así como tu gentil e interesante comentario. Me siento bien cuando encuentro tus palabras en aquello que escribo. Gracias por tu magnífica amistad, que es todo un regalo. Te envío junto con mi admiración, un abrazo y un montón de besos.