La condenada ninfa

Me llaman puta, pervertida, sucia.
Prefiero que me llamen ninfa.
El mundo apunta con dedos, cuchillas disfrazadas de palabras:
“mira cómo viste”, “qué vergüenza”,
y yo me desvanezco bajo sus miradas.

He probado con tantas cosas,
tantos cuerpos, tantos abrazos, tantas manos,
y aun así no siento nada,
no siento nada,
no puedo llenar este vacío que quema mi pecho.

No busco amor, no conozco amor,
solo busco un instante de paz que nunca llega,
y cada juicio me recuerda que soy un error,
una amenaza, una sombra que debe callar.

Me llaman sucia, pecadora, prostituta,
pero nadie ve las cicatrices que llevo por dentro.
No ven las noches que grité en silencio,
ni los cuerpos que no quise y que me queman.
Cada murmullo de desprecio es un golpe más,
cada mirada, un puñal clavado en mi alma.

Por qué nadie entiende que no busco sexo,
busco que me vean, que me escuchen, que no me ignoren,
pero solo escucho risas, susurros, juicios,
y los hombres que me tocan como si fuera un objeto,
y las mujeres que me miran con envidia y condena.

Soy fuego que quema sin quemar a los otros,
tormenta que arrasa mi propio cuerpo.
Cada deseo mío se convierte en delito,
cada lágrima mía es burlada,
cada movimiento mío es motivo de juicio.

Mi existencia hiere a quienes me miran,
mi hambre les incomoda, mi carne les ofende.
Y aun así sigo aquí, sola, desgarrada,
aprendiendo que nadie puede amar lo que teme,
que mis manos siempre estarán vacías,
y que cada paso que doy me convierte en un crimen.

Por qué esperan que controle mi cuerpo,
que calle mi deseo, que oculte mi hambre,
cuando ellos nunca controlan sus ojos, sus bocas, su hambre.
Cada día es un juicio, cada noche un castigo,
cada mirada una sentencia.
Y aquí sigo, con mi fuego y mi dolor,
con mi condena y mi hambre,
con el mundo apuntándome,
y nadie escuchando,
nadie entendiendo.


-Dior​