Primavera del retorno

Este atardecer de abril tiene algo especial:
un palpitar de entrañas libres y ojos abiertos,
una feliz tiniebla que abraza y besa,
una paz envolvente acariciando uno a uno
los poros obstruidos de esta piel de acero:
es el preludio del regreso.

Tantos muros levantados en torno al corazón
que el tiempo ha remozado y sostenido,
tanta lucha en soledad buscando inútilmente
el hombro donde reposar la cabeza,
tanta mentira consciente alimentando la huida,
sin saber que escapamos porque deseamos quedarnos…
Todo, ¡todo!, debe quedar atrás y contemplar,
avanzando el paso, la puerta abierta que espera,
que nos ha esperado siempre, porque está
en nuestro ego más profundo y esencial.

Voy a ceñir nuevamente mi frente
con la corona del martirio,
a mis tobillos ataré voluntariamente
el lastre de mi condena,
en mis labios permitiré
el sello eterno:
pero quiero mis manos libres,
mi mano derecha firme y sin miedo
revoloteando sobre el papel,
y mi alma anegada perpetuándose,
una vez más, bella.

En los recodos de este sendero
he dejado, entre las moras,
jirones de mi piel,
y aliento en cada pisada
que ha hoyado el polvo y el fango.
Ocultas por la neblina,
han vagado mis quimeras
y un ansia infinita de amor:
de todo eso ya no me acuerdo
y vuelvo a empezar, incólume,
con una dulce savia en los labios
que ha de hacer de mis heridas una ficción
cuando las haya empapado.


Sé que el dolor acecha cada golpe de mi pulso,
que me espera, desesperado,
en cada esquina de mi yo.
Nos hemos de encontrar, eso es irremediable,
pues es mi vida
andar todos los caminos de esta carne.
Pero, la próxima vez que nos miremos,
quiero deshacer, para siempre, su hechizo:
voy a morder sus labios
hasta arrancarle el rojo vivo
del ascua con la que vendrá a besarme y,
bebiendo de su boca el veneno,
ahogaré su último estertor:
muerto en mis venas no me dan miedo sus pupilas…
Y ¡qué poco importa lo que de mí quede, si,
aunque sea un átomo,
es un átomo puro de mi ser!

De esta blanca aurora
no espero nada sino lo que,
enamorada de la palabra y el latido,
he de dar día tras día.
En el techo de mi mundo, ¡por fin!,
se ha instalado para siempre
la hermosa estrella que me trasciende,
(¡oh, torpe estrella fugaz de mi adolescencia!),
ha renacido en mis retinas y, gozosa,
vuelve a multiplicar los trazos de mis torpes dedos,
llenándolos de luz para el futuro.

 

Bueno, es la primera vez que te leo y me he quedado con la boca abierta; espectacular tu poema.Un recorrido sinuoso por tu interior.
Sin duda te seguiré leyendo.

Saludos...

 

Maravillosas letras, muy profundas y esa fuerza de sacarlo todo, mi admiracion le dejo en mis huellas.besos

 

Mucha fuerza le diste a estos versos. Igualmente el cierre: a tambor batiente... Un fuerte abrazo.

 

En los recodos de este sendero
he dejado, entre las moras,
jirones de mi piel,
y aliento en cada pisada
que ha hoyado el polvo y el fango.
Ocultas por la neblina,
han vagado mis quimeras
y un ansia infinita de amor:
de todo eso ya no me acuerdo
y vuelvo a empezar, incólume,
con una dulce savia en los labios
que ha de hacer de mis heridas una ficción
cuando las haya empapado.


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Qué hermosura, María Amparo, cuánta madurez hay en tu escritura vivencial. Y sin duda, de los recodos de tus senderos fluye la experiencia poética. Hoyo de versos tras la niebla y nuevos labios bajo el sol.


Excelente trabajo. Un gran abrazo porteño.