Epístola de Adriano

DE ADRIANO A SABINA.
Te veo volver, deseada, en horas tristes, quién soy yo para despreciarte?, si algo quiero de la vida es el amor, y no debo negarme a tu cuerpo que me ama, a pesar mío. Te agradezco el luto por Antínoo y tus palabras, sólo que nada me lo devolverá. Nada apagará los dos incendios que me arrasan: el corazón de mi madre y el efebo.
Recibo insultos, a la par que besos, yo maldigo este indigno estar preso ante la esposa que acaricia mi frente con sus meduseantes cabellos. Me perdonas?
Yo sólo respeto un amor: el de Plotina.
Nunca le ví marido a esta madre-esposa. Trajano no fue obstáculo, fue un puente a mi amor seguro. El tiempo me daría la razón. Mi cuerpo se ha echado a perder en superfluos abrazos, no sé si soy bueno, mas nunca podría dejarla de amar.
La quiero amargamente, como a una embajadora de Apolo, que hace pactos con Júpiter en mantenerse sola en su aposento, semejante traición a un amante, me deja fugitivo de su afecto y sin olvido.
Leona, esfinge, alma atroz que me seduce, me conquista, dónde está tu secreto? Sólo sabes despreciarme torpemente en esa madre que en mi llama se castiga!
Yo soy magnánimo, las mujeres dicen: nuestro. Sólo mi ser a ella pertenece.
Con nadie la comparan, a ella, que es incomparable. Millones de besos suyos no me sacian, pero sobran en mis sueños, donde en realidad la tengo. Yo le pido muchos besos, a veces me da mil, pero nunca los cuento, porque siempre son pocos para apagar mi deseo.
Me afligí con la muerte de su esposo, cuál hubiera sido padre mío carnal, no rival de esto que siento. Luto llevo todavía en el pecho. Descanso porque sé que ahora su soledad se asimila a la mía. Como ave quisiera esconderme en los pliegues de su seno, y sentir su corazón que late por mí en este tormento de mi único amor sin cuerpo.
El Pelión recuerda felices hechos de amor consentidos por Zeus, pero la triste hermana, hija del rey Minos, fratricida, envilecida en amor por el que ejecuta la hazaña, llega a ser olvidada, abandonada. Mensaje de todos los amores mundanos, que pueden acabar, por causas de dioses o de hombres. Ni ética, ni lástima al corazón obliga, y Ariadna, presa de su hilo, amargamente llora. Es elegida luego, pero nada supera su hallazgo de amor en la primera mirada al extranjero. Cruel destino el de elegir. Los dioses castigan no sólo a la mujer, así me veo, cercenadas mis manos que tomar no pueden lo que quiero. La maldición es el gobierno, así César, Claudio, Calígula, tuvieron que renunciar a su caro deseo. En tifón de muerte pare la loba dos augustos seres. De Dido la pira... El amor nos encuentra primero.

 

buen texto!

 

Magnífica recreación románticamente amarga de la dignidad sentimental de los ambiguos y libérrimos valores del mundo pagano.
Me gusta.

 

Muchas gracias, por esta percepción, el artista pretende a veces ubicarse en esos espacios que recrea otros tiempos, que se pierden en detalles que en los siglos se desvanecen, de hacer decir a los personajes, cercanos o intrascendentes, como fuera aparentemente sabina o antínoo, lo que representa un aporte a la gran madeja, el significado holístico, de una existencia, me alegra mucho conocerte, artemisa

 

gracias, :::sonreir1:::

 

denso mìtico, me gusta tu soul poètico

 

gracias, más que adentrarme en un personaje, absorbo de lo histórico, lo que no perece, el mito, unido a lo fútil de la oralidad que se esfuma, y que de alguna forma la recapturo, saludo, artemisa