El hombre consciente

Poco a poco me voy dando cuenta de lo que he vivido.

Nunca en el instante, bajo la luz exacta, en el segundo

preciso la conciencia se reconoce en el espejo de la realidad,

desde el paraíso umbilical donde el germen crece hacia el ser

que vendrá, con la infancia desnuda de dolor porque los ríos

ríen bajo las nubes del futuro, al rayar el tiempo joven

de los espacios sin límite, la honda quietud de los lagos

insomnes que esperan un silencio vacío, con la claridad

y el ímpetu de las cometas que vuelan por un cielo límpido,

sin el acecho de los lobos de la vejez, cuando la lluvia

es un arco iris en los ojos que vibran con la partitura

inmortal de las vivencias, en un ayer de lunas redondas

como un océano de leche en los párpados de la luz,

sintiendo el fluir de la sangre como un torbellino de olas

enfervorecidas, al trasluz de los nombres que desplegaron

sus alas en la lejanía de los ecos inmemoriales, ahora sal

en la llaga de unas fotos caducas, al aire las flores ya marchitas

de la plenitud, con mi voz que se quiebra como cristal fúnebre,

con los aljibes plenos de llanto y la ciénaga del tiempo hundida

en los pliegues de le edad, ya solo un hilo de abalorios

sin mensaje refulge dentro del corazón igual que una pulida

gema erosionada por la paz de los relojes que gotean

su insomnio sobre la ridícula estación de los recuerdos,

así el pábilo de un cirio se comba y deja de ser luz, féretro

de negrura que se extinguirá con el humo hasta que solo quede

un vago perfume de sueños estériles tras el adiós de un hombre.