Liras ligadas logran labrar los lúcidos locos

Tiene encantos Bolivia.
Es el Salar de Uyuni un mar de espejos
que al ojo nunca alivia.
El Titicaca, lejos,
más de dos millas alza sus reflejos.

​

 

Bajando, muy austral,
¡el Perito Moreno!; “ventisquero”
le dicen al glacial,
que cuando llega enero
se desnuda sin fin, de cuerpo entero.

​

 

Se nos hacen pedazos
los sueños de encontrar erudiciones.
Si se pinta a brochazos
o escribe con crayones,
es normal percibir emanaciones.​

 

Los amores se mueren
por lo que hay que explotar su corta vida.
Procurar que liberen
su pasión desmedida
y nos dejen en alma dulce herida.​

 

Ella es tan presumida
que busca los colores que le lucen
con tonos de atrevida,
aquellos que seducen,
aquellos que al placer le reconducen.

 

Tus muslos se traslucen,
o tal vez sea un sueño al observarte.
Espero se descrucen,
en un soplo de arte,
y más allá del Sol puedas alzarte.​

 

Es pleonasmo el rojo;
nombremos labios, sangre, rosas, Sol.
Quizá sea un arrojo
o un breve descontrol
brindarte un verso así en español.​

 

Tu palabra es mi sol
pero hace algunos días no amanece.
Perdido el girasol
hacia el oriente mece
su amarilla corola y no aparece.

​

 

No siempre permanece
la luz en nuestro azul, la noche llega
y, aunque siempre amanece,
la tristeza nos riega
y nos hace volver a la bodega.

 

Ve la escultura griega.
Envidia el mármol tu mirar carnal.
Es su pupila ciega
el eterno corral
de una mujer que casi fue inmortal.

​

 

Me dice que es venial
el gesto de mirar a la vecina;
no sabe que es genial
mirar, no en la cocina,
sí en la ducha moviendo la cortina.

 

Se ve tras la cortina
del humo denso que hay en el tugurio
tocar en mandolina
un tango que es espurio
llorando por engaño y por perjurio.

​

 

Cual a un rito pagano,
devoto soy del tinte estrafalario
del peculiar pantano
de tu proceder diario,
de hippie que se rió del calendario.​

 

Te enfada el desaliño
del rizo trasnochado en la mañana.
Y un mozo, casi un niño
soy, pío a la manzana​

por fin vista detrás de una persiana.​

 

Tu voz suave, liviana,
endulza con su ritmo sandunguero
y dice: -mi Luciana-,
con su tono agorero,
que me hace murmurar: -cómo te quiero.
​

Corregido. Gracias Hermenegildo.

 

Es palabras mayores
el pincel que expresó lo que deseas,
perlándote en sudores
y haciendo que te veas
diosa y luz cada instante en que jadeas.​

 

Con tu verso moldeas
el barro suave y dúctil de mi piel.
Mi rostro coloreas
como si fuese fiel
tu tacto que me cubre sin cuartel.​