TRIANA

TRIANA

Tenía el color del sur
enraizado en su piel
y ese gracejo andaluz
que allí adorna a la mujer.

Era menuda y coqueta,
fresca como la mañana,
tan alegre y pizpireta
como ardilla desmandada.

Sus labios de intenso grana
dibujaban su sonrisa,
prometedora y cercana,
dulce como una caricia.

Tenía expresión radiante
como flor de primavera
y caderas cimbreantes
como juncos de ribera.

Nunca supe con certeza
qué le hacía diferente:
si su singular belleza
o su cuerpo adolescente.

Llevaba la luz del sol
atrapada en la mirada,
jamás supo del amor
y su nombre era Triana.
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