Condena asesina

Amor acorazado,

fulgor incendiario,

arde mi odio,
como crepúsculo de lava,

con una sensación que me corroe la piel,

desea mi cielo ser caldera,
y mis infiernos desean alcanzar la eternidad,

dudará de mi el tiempo,
cuando le desgarre toda estructura,

convergerá el cimiento de la huida,
cuando toda muerte sea reinicio,

se compactará toda duda,
para formar una malformación sobrante,

Caronte pondrá una bala en mi revolver,

viajaré una última vez,

como siempre,

admirando la desfachatez
de esta lujuria compartida,

de esta orgia compactada,

jolgorio despilfarrando materia,

clavaré mis sueños por siempre,

en las páginas aún no escritas,

de mis recuerdos
que son tu muerte,

mátame condena.

 

lúcido y resplandeciente como toda la sal del océano
sin agua

alguien con quien hablabas
tampoco estuvo de acuerdo

un saludo afectuoso.

 

Este poema es un grito visceral que fusiona amor, odio, muerte y deseo en una sola experiencia poética. El "amor acorazado" arde como lava emocional que consume, y transforma el dolor en un impulso creativo y destructivo a la vez. El hablante se mueve entre el deseo de trascendencia y la autodestrucción, enfrentando a Caronte —símbolo de la muerte— con un acto casi ritual. En ese viaje final, la lujuria se vuelve rito, la orgía se convierte en memoria compartida, y los sueños se clavan en un futuro aún no vivido. El poema concluye con una súplica a la condena, no como final, sino como liberación: una muerte simbólica que da sentido y cierre a un amor llevado hasta sus últimas consecuencias.

Saludos cordiales