Cosmogonía

Yo no sé si eres tierra, agua, fuego o viento.
Si naciste bajo una estrella olvidada
o bajo un eclipse distraído.
Tampoco sé si llegaste con uno o dos planetas retrógrados,
si la Luna duerme en Aries,
si tu grito nace desde Leo
o si lloras en Piscis.

No me importa.
Porque cuando toco tu piel, es piel,
y tu boca es mi boca.
Porque en ese roce está el minuto exacto
donde nace el universo.

Y después de nacer, el universo se estira,
se vuelve las pecas de tu pecho,
respira entre tus surcos
y descansa en el lecho de tu cuello,
latiendo como si nuestras venas
hubieran decidido ser una sola.

Y late,
porque no tiene piso ni techo.
Porque es como si el universo supiera
que su destino es desbordarte.
Porque cada vez que respiro, las estrellas se acomodan.
El tiempo deja de existir,
perdido entre sus propios astros,
y el silencio es ahora parte de tu forma.

Entonces Saturno, Júpiter y Neptuno
se vuelven tan pequeños
como polvo en el espacio.

Y entiendo:
eres tierra, agua, fuego y viento a la vez.
Porque el Universo, cuando ama,
ama con todo.
No con uno.
Con todo.