Débil.-

DÉBIL
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Débil es el mar porque no puede,
con todo su bramido estrepitoso,
con toda su azulina incertidumbre,
llegar a besar las altas cumbres.
Ni tampoco a mojar lo rumoroso,
de las voces de los pechos en amores;
de las voces del chasquido deleitoso,
de esos árboles de alta reciedumbre.
De las hojas de esos árboles azules,
de las hojas de esos árboles marrones
y de la pena de la Virgen en sus lumbres.

Débil es el mar porque no puede,
ni con su descomunal vigor de espuma,
llegar a contemplar el brillo prístino,
del metal de las minas de las dunas,
del desierto sin gracia ninguna.
Y las de la soledad de un campo helado,
que la distancia y el viento han reservado,
como tesoro celoso de sus dedos.
Y para los dedos que al infante arrulla.
Para esos dedos frágiles y amados,
de la amante, de la amada y de la suya.

Débil es el mar porque no puede,
con todo su caudal de agua salada,
apagar el fuego de esos ojos,
que buscan con prestancia y con arrojo,
a esos otros de secuaz llamarada.
Que absortos del todo y de la nada,
siempre vuelan en las alas del viento;
siempre sueñan y nunca están atentos,
al latido frenético de ésta vida;
esta vida de números y hierros,
pues ellos siempre sueñan en salida.

Débil es la tierra pues no puede,
ya tanto soportar tantas pisadas;
tantos surcos, heridos y drenajes;
tan herida su entraña en andamiajes,
para alzar con crueles estocadas,
las sólidas piedras de colores.
Y así alimentar malos amores
y sostener también amores mansos
y procurar además tantos remansos,
para el alma prisionera de las luces,
esa alma necesitada de descanso.

Débil es la tierra pues no puede,
dejar de agitar su dura entraña,
que no es fuerte, sino más bien huraña;
y sacude con desdén nuestros tesoros,
nuestra sangre, nuestros besos, nuestro oro;
dejando una estela ensangrentada,
como que si no fuera eso casi nada.
Y altiva otra vez con gran desprecio,
se viste de verdores y blancuras,
del oro de los trigos y en mascaradas,
sonríe a la gente en su locura.

Débil es la tierra pues no puede,
detenerse en girar hipnotizada,
en torno a ese faro incandescente,
para bañarse en su luminosa cascada.
Pudiendo así mirar a su cintura
y a sus orlas de aguas espumadas,
con que el mar la viste en galanura.
Débil es también porque aprovecha,
el bochorno del sol con rumbo errante,
entibiando y huyendo galopante,
de los ojos de un Dios el cual le acecha.

Débil es el cielo porque mira,
con ojos de debilidad piadosa,
la roja debilidad de las rosas,
la verde debilidad de los pinos;
y la fija mirada temblorosa,
de los astros ebrios de aquel vino.
Los cuales con labios ya cansinos,
hablan ya, palabras rugosas.
Débil es el cielo porque mira,
de lo alto la diferencia hermosa,
del quejido de los niños en sus chozas
y enternece así su alma divina.

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Y tú eres el fuerte, entonces. Pues muy bien, amigo.
Demuéstralo.
Cómete un sapo vivo.
Je, je, je. No tienes lo que hay que tener.
Un sapo gigante, quiero decir. De ésos que abundan en Australia.
Son venenosos. Los perros que se los comen, mueren al poco tiempo.
Pero tú eres fuerte.





¿ No eres más fuerte que un perro ?
Oh...
Qué decepción, Isaías.

 

Nommo, eres un oasis en éste desierto de un poco aburrida formalidad poética. Siempre grato leer tu sarcasmo simpático.