Descuido

Descuido

A la generación de mis padres,
Que se alimentó de muertes​

Se habían marchado en fila los horizontes,
tras nuestras miradas de hierro,
penetrantes hasta la muerte.

Por principio el sol se guardaba en un cubo de hielo negro,
logrando el estado espeso de la horrible penumbra.
Los niños de luz descendían por tu cuello
sin siquiera emitir el acostumbrado gemido a las sombras,
ellos no esperaban que pusieras a secar los besos.
Ellos tan solo y para ser,
aguardaban el vapor de sangre,
la posterior lluvia roja de heridas ácidas y labios ciegos.
Más tarde resistirían recios el insoportable eco del adiós.

Se habían encargado dos cipreses
a la imprenta empantanada de la Gran madre,
con semillas destinadas a no ser más que alimento de cuervos.
Sin embargo no estallaron los tornados de la sospecha,
y nada más arribaron a casa los pedazos del cuerpo,
las alas decapitadas y el silencio ultrajado.
Se habló de un once desangrado.
Mientras tú en tu barco barnizado con llantos,
dormitabas tenue y sin conciencia de nada.
Se habían marchado en fila los horizontes,
y mi mirada se aplacaba ante el extravío de tus ojos,
que el futuro y el milagro de estar vivo
en este instante son lo mismo,
fue una certidumbre tan añeja como tus promesas.

Hoy son comunes los niños que se incrustan en las cruces.

Diego.