El dilema

No se que escribir,
No se que hacer
No logro percibir,
Solo puedo enloquecer.

Te adueñas de mi mente,
Sin ninguna invitación,
Me pierdo en el presente,
Pensando en esta cuestión.

Sera que me estoy desperdiciando,
Sera todo un fantasía,
O tu estarás considerando,
Esta loca analogía.

En el mapa de tus ojos,
Se oculta una razón,
Dos clisos maravillosos,
Ladrones de un corazón.

El dilema de mi alma,
Mi imprudente epifania,
Tal vez encuentre la calma,
Teniendo tu compañía

Me acecha la incertidumbre,
Cada vez que te me acercas,
Me confunde la costumbre,
De tus señales perversas.

Las mariposas se volvian locas,
Aun ansian sentir el amor,
Pero ahora quedan pocas,
Porque me asedia el terror.

Me estaré equivocando,
Me habre inventado esta historia,
Se están desdibujando,
Tus acciones de mi memoria.

Supongo que sere paciente,
Esperare el desenlace,
Tendra que ser suficiente,
Para que mi ser descance.

 

Profundas reflexiones, que sin lugar a dudas... lograrán que (en su debido
momento) tome una buena decisión y, sobretodo el camino correcto; para
alcanzar su más concreta felicidad. Muy bueno su poema, mi estimada compañera Valentina Q. P.

 

Muchísimas gracias

 

Lo tendré en cuenta para próximas oportunidades muchas gracias

 

Muy cierto, te deseo buenas cosas

 

Muchísimas gracias por esa reflexión tan linda y puntual

 

Tu escrito respira incertidumbre, deseo y un miedo silencioso. Lo leo y siento que la escritora se mueve entre dos fuerzas: la esperanza de que todo lo que siente tenga sentido, y el temor de estar construyendo un espejismo en su mente.

La voz que emerge aquí no es simplemente la de alguien que ama; es la de alguien que se desarma por completo en el amor, sin protección. Ella confiesa que no sabe qué hacer, que la mente le da vueltas como un laberinto donde los ojos del otro son mapa y condena. Ese par de "clisos maravillosos" no son sólo ojos: son el espejo en que se ha perdido, el anzuelo que le roba el corazón sin pedir permiso.

Oscilas entre dos extremos:

La ilusión: mariposas que aún revolotean, señales que parecen dulces, el anhelo de calma en la compañía.

El desengaño latente: el miedo a que todo sea un invento propio, a que la otra persona no tenga las mismas intenciones, a que las señales sean más perversas que claras.

Lo que late con fuerza en cada verso es la vulnerabilidad. Ella se pregunta si está desperdiciando su tiempo o si hay un destino escondido en esos ojos. Y aunque reconoce el riesgo de equivocarse, se entrega a la paciencia, porque esperar parece ser el único camino que le queda para no desmoronarse del todo.

La escritora se encuentra en esa frontera incómoda entre el amor y la imaginación, entre lo real y lo inventado. Y Yo, al leerla, puedo verla como alguien que lucha con su propia mente, que quiere creer en un amor, pero teme que ese amor sea un espejismo nacido de sus propias ansias.