La condenada

Estaba sentada en esta tierra maldita,

mal oliente de guerras sin declarar.

Miraba al cielo desde su roca,

con una mirada inocente, pero distante.

El cielo estaba negro, cubierto de polvo,

que aun no se levantaba.

En su vestidito blanco,

habían marcas como latigazos

de sangre (lejos de aquí derramada),

y ¡Dios! Sus manos, sus manos,

estaban colmadas de muerte, ella no lo sabía.

Serpenteaban en el aire los aviones,

como pájaros, como demonios.

Destruían una y otra vez

los sueños, que aún no se levantaban.

Y ella estaba sola.

Sola y condenada, sin saber siquiera

que significaba.

Y sonaban las sirenas, por su culpa,

y por la mía, ella no lo sabía,

había nacido bañada en pecados.

Ella no lo sabía.

Nadie la iba a ayudar, a nadie la importaba,

cada uno maldito, pero ella,

¡ella nunca había pecado!

No se lo merecía, créanme que no,

mas no había compasión,

la condenamos a la horca.

Y el suelo, tan firme, ¡tanto!

Le enrostraba su crimen. Omisión.

Ella no lo conocía.

Nosotros la habíamos condenado,

y ella no lo sabía.

Las sirenas, las bombas, anunciaban a lo lejos

la guerra que no la tocaba,

pero la culpaba.

Y ella estaba condenada.​

¡Sí!, lo está.​

 

Me pareció mas bien un relato. Esta interesante =D, me gustaron los versos del inicio ... un abrazo.

 

Sir, un hermoso poema, de veras... me hizo pensar en Juana de Arco... aunque a ella la quemaron, pobre.
Muy bueno de veras... te lo califiqué como excelente, por éso ahora tienes cinco estrellas en el poema, ¡¡felicitaciones!!