Léeme.

Sólo si tu voz me lee queriendo
con tono vehemente
a la par de tierno,
y sientes tu ser libre,
en armonía con algún
que otro sentimiento
encontrado o desvelado
por estas, mis palabras,
un cosquilleo en
tus pensamientos
o una reacción involuntaria
en tu piel...

Entonces tus sentidos
tendrán alma.
Libera tus sentidos con
mis líneas entrecortadas,
moja mis folios con tus lágrimas,
quema tu sazón sin
contención ninguna,
que contencioso ya está
el mundo de por sí.

Deshazte de tus desengaños
en mis sucias prosas,
emborrona mis letras con tus
pesares, rasgándolas con tus uñas
o humedeciéndolas con tu sentir.

Léeme, siénteme, ódiame,
quiéreme hasta olvidar por
hacerte sentir frágil con
todo lo que lees de mí que
te hierve hasta evaporizarte
con eso que llamas desazón,
preválete, tú que sabes,
pero no te engañes.

Todos somos frágiles.
Ablándate, quiérete,
humanízate, humanízame.
Léeme en silencio,
grítame con tus sentidos.

 

Frágiles, y a veces, gráciles.
Frágiles y gráciles púgiles ajedrecísticos, aspirantes al título flamenco del duende, en el cante jondo.