Muerte tremendista

Tu corazón palpita,
tus sienes se hinchan de rabia,
y en medio de la quietud del campo,
con la escopeta a la perra disparas.
Sangre espesa mancha la tierra

La ira te invade y en un moviento espontáneo,
sacas la navaja, con cuidado la abres.
¡Tó, yegua!
Veinte veces le hincas.
Sangre espesa mancha la tierra

Al proxeneta le sujetas al cuello y lo hundes en el suelo,
con la rodilla en el pecho
aprietas un poco más...
crujen los huesos,
la cabeza se le va para un lado
y por la boca sale
sangre espesa que mancha la tierra

La baba te asoma a la boca,
forcejeas con tu madre entre jadeos y sudor,
con un bestial impulso
le clavas en la garganta,
de ella sale como desbocada
sangre caliente que mancha la tierra

 

Soy ateo protestante pero... ¡Dios, qué joya!

Podrías haber hecho un tratamiento específico sobre la sangre, haber planteado un guión, pero me conformo con esto, que es Poesía.

Pese a este piropo repentino que bajo mi nombre y responsabilidad escribo; puedo sentirme confuso cuando un corazón palpita en el primer verso y una mano afiliada al mismo, en la última estrofa, termina con la vida de quién lo hizo latir por primera vez. Aunque quizá la desnaturalización propia del personaje -y de todos nosotros- tenga algo que ver en todo esto.

La sangre es como el camino, herrumbado, que se ha ido sucediendo, y es como el pasado escrito, sobre la tierra, sentencias ya dictadas que nos hacen caminar siempre con la misma costumbre, en los mismos pasos.

Un cordial saludo.

JF. Vázquez