Poesia Muerta

Es cierto que está muerto, despedazado, mutilado de la piel al tuétano. Los ojos deshechos, inmóviles, que miran con nostalgia la sangre seca de su piel. Se mofa de lo muerto que está, se ríe de sus uñas y de su cabello arrancados a tirones. A veces se acuerda de la sangre coagulada en su garganta, de la asfixia. Ya no siente dolor, se ha ido, queda la escoria, queda lo que una vez fue un cuerpo. Esta muerto y no se muere todavía, se sigue observando. El corazón no late, ni siquiera está en su cuerpo, se lo llevo ella. Le hizo un favor al matarlo, le dolía respirar, le dolía la vida. Decían que existe Dios, el cielo, el infierno, pero no hay nada, tal vez se han olvidado de él, tal vez ni siquiera al diablo le interesa su alma, tal vez ni siquiera tiene un alma, ¡como si esta sirviera para algo!. No hay calma, ni furia ni pasión, no hay nada. Se va olvidando de sí mismo, de lo que fue la vida en un tiempo. Se va haciendo menos con el aire y las cosas. La tierra que todavía no lo cubre se lo ha llevado ya. No fue miedo, ni siquiera angustia, no fue placer, solo fue la nada lo que sintió mientras ella lo destazaba, él no sintió ni pensó, se sabía muerto, los muertos no lloran. Nada tiene importancia después de todo, nada cambia después de todo, se ha muerto. La muerte llega a veces en las noches, en las madrugadas, la muerte llega y se los lleva por millares, no importa cuantos mueran, todo sigue igual en el orden ridículo del universo. Si Dios existiera o por lo menos el diablo no se estarían peleando por las almas humanas, demasiada vanidad suponer tanta importancia. Demasiado tonto que sería creer que a un dios le interesaran las vidas de los humanos, la creación más obsoleta de la naturaleza, la única de este planeta que tiene conciencia de sí y de todo, la única que ha desarrollado el pensamiento y sus habilidades, la única que se da cuenta de lo prescindible que es la vida, de la poca importancia que tiene en un todo gigantesco y perpetuo, dónde no somos ni siquiera el segundo de nuestra vida, no somos ni el polvo que cambia el suceso y el orden universal. Somos un infeliz parásito en un planeta pequeño, vivo, latente. Somos simplemente materia difusa, obsoleta e insipiente, somos los restos de la caricia innominada de materia y energía, consecuencia de un caos sin sentido, somos la esencia de la vacuidad en la que no tiene objeto absolutamente nada. El espasmo en que vivimos se refleja como un sueño perenne de la naturaleza, el sismo inútil, incompleto. Es cierto, está muerto, siempre estuvo muerto y con la muerte saliéndosele por los poros, por la boca, esta muerto y completamente solo, esta solo y sin quien lo recuerde ni quien le deje una flor en la tumba. Se darán cuenta de él cuando alguien se dé cuenta de la intolerable pestilencia que tendrán los alrededores de su cuerpo.