Scheherazade.

Cuanta no es la fascinación,
con que fascina a los poetas,
poetas encantados,
por los cantos de la noche,
la noche que es un velo,
un velo y los pliegues,
pliegues en la falda y la orla en los manteles,
los manteles de la reina,
la reina de la excelencia, que gobierna la hermosura;
y con hermosura en su cadencia,
la cadencia y el ritmo del ojear,
la cual al ojear atrás,
tras el mancebo que logra dominar,
dominan las castañas de sus ojos,
ojos con los que hacer sonar,
el sonajero, la flauta y el laúd,
laúd que atesora con celo,
santo celo y fervor,
como ferviente es el creyente y ferviente el musulmán,
musulmán que narraba en verso,
versos que en mil y una noches,
en mil y una noches una doncella,
una doncella sometió un sultán;
y cual el sultán rendido,
rendido estoy a la paz,
la paz y la virtud,
la virtud y santidad,
de la santa gracia que solo hallé en su faz,
la faz de la excelencia,
excelente obra magna,
a cuya magnitud no hay par,
ni en par puede el espejo,
el espejo reflejar,
un reflejo con justicia,
porque algo tan justo y perfecto,
solo una vez, perfecto se ha de manifestar,
como solo en ella se manifiesta la beldad,
la beldad de la reina,
la reina de Mosul, de Irak y de Bagdag,
que desde Bagdag hasta el Magreb extiende,
extiende su hiyab,
hiyab tan bello como elocuente,
en el elocuente tejido de su palabra,
palabras en historias convierte
convierte como los muchos pliegues,
los pliegues del velo de la noche;
y de mil y una noches la fascinante reina,
la reina de los poetas.