Troyanas

Para esto habéis nacido, bellas y libres,
Fecundas como el sol de vuestra tierra.
Para mirar cautivas desde las naves griegas,
Cómo arde la ciudad de vuestros padres.

¿Adónde iréis ahora, sin patria y sin amigos?
¿A qué país extraño os arrastra el destino?
¿Quiénes son esos hombres que os prometen,
Que el agrio llanto cubrirá vuestras nupcias?

Aprende a odiar, troyana, en este día triste,
A quienes con engaños vencieron a tus hijos,
Rompieron tus baluartes, profanaron tus templos,
Y cubrieron de muerte tus anchas avenidas.

Recuerda que hoy la carne de tus hijos nonatos,
Perdida la esperanza,
Alimenta a las fieras. Alimenta tú el odio en sus raíces:
Finge tu dicha,
Y oculta en el silencio tu ansia de venganza,
Defiéndete con uñas y con dientes y con ardides,
Envenena su sueño,
Que nunca halle descanso entre tus tristes brazos,
Ni su cabeza repose jamás sobre tu pecho,
Porque nunca verás tu piedad correspondida.

Rechaza al invasor con tu amor insondable,
Cada vez que en el lecho asalte tus murallas,
Y nunca olvides,
Que llevas en tu seno la verdadera patria,
Que Troya no fue un sueño, que en tí vive.


Alberto de la Morabia