Yo no quiero un día despertar de mi muerte, de esa muerte que duele, porque quiere vivir, renegar de mi vida, mi cuna y mi suerte y cargar las argollas, que no quiero lucir… No quiero el quebranto mordiendo mi sangre, ni la mano inerte que araña mi ser, ni las horas muertas, que siempre van tarde, ni el miedo que quiere mis sueños morder… Yo no quiero un día volver a la vida, prefiero el silencio del nunca jamás, ser por siempre eterna, la rosa dormida, que mora entre brumas… Pues no volverás...
Ya no reconoces mi imagen en el espejo, no escuchas al río silbar mi canción favorita, si acaso me ves en tu recuerdo, volteas la mirada, giras la esquina, si me ves entre la multitud y me cierras la puerta de tus sueños… No, ya no soy el viento que acunaba tu tristeza, ni el nido donde buscabas tu paz… No me reconoces en tu piel, ni en tus ojos, solo soy el boceto de algo inacabado, entre los papeles arrugados de tu escritorio… Ya no me reconoces, cuando vuelo entre las alas del viento...
Arrastro los dedos por las baldosas, donde tus pasos van dejando el triste eco del olvido... Se abre la herida... Negro estigma, que me sella el corazón, donde tu recuerdo es apósito, que limpia su sangrado... Arrastro mi silencio entre los gritos de la gente, mis ojos ven rostros desfigurados, máscaras sin forma, que danzan ante mi... Macabro ritual, donde tu mirada apocalíptica, me dice que ya te has ido... Me envuelve el olor a azufre, a miedo y las garras de la desidia me arrastran al abismo, donde tu voz ausente será la que me duerma... En el altar de tu memoria...