Supongamos

Supongamos que los humanos nacemos como una hoja en blanco,
se preguntó Aristóteles, una tabula rasa. O traducido a nuestro tiempo,
una computadora nueva que acaba de salir de la caja y nunca ha sido
utilizada. Y supongamos que mi computadora tiene la misma potencia
que la tuya, entonces ambos tenemos posibilidades ilimitadas.
Entonces somos originalmente una pizarra en blanco con una gama infinita
de posibilidades. Potencialmente podemos llenar nuestra revista con
cualquier cosa con la que soñemos. Esencialmente no tienes más
habilidad, carácter o talento que yo. Nuestra alma blanca es entonces
como un plato virgen, en el que están grabadas las impresiones
de nuestra vida. Llenamos nuestra hoja no solo con las experiencias
de nuestra vida, pero también con el valor emocional que le atribuimos.
Eso nos hace lo que somos. Cuando no estamos satisfechos con la forma
en que experimentamos nuestra vida, podemos tomar una nueva página
en blanco todos los días, y reescribir nuestra realidad. Hasta nos hace
inmortales, dijo Aristóteles, porque nuestro plato no es un lugar en nuestro
cuerpo, sino nuestra alma eterna, que se separa de nuestro cuerpo solo
en nuestra muerte.