Deificación

Deificación

-Buenos días, Marianne,
-Buenos días Jesua.
-¿Salió mi madre?
-Sí, fue con tu hermano Josá
a visitar al rabino.

-Voy a salir, Marianne,
y no volveré para comer;
he quedado con Simón,
que me espera con su hermano;
también vendrá mi hermano Santiago.
Dile a mi madre que sí estaré para cenar.
-Muy bien Jesua, así se lo diré.

Allí donde había hierba y campo
reconstruían piedra a piedra,
las casas derruidas,
e incluso la parte interior con más cemento.

Entré en la tienda de Jacob
y esperé mi turno
mientras atendía a la farisea.
Entró una pareja discutiendo,
ella con una falda muy corta,
él de aspecto afeminado,
con el pelo algo largo,
de ojos claros
y de pómulos óseos...
Conseguí escuchar la obscenidad
que decía a la mujer ser violada
allí mismo, y que a Jacob le gustaría.

Se marcharon sin más,
y a través de la puerta entrecerrada
divisé el calor de la mujer en sus nalgas;
discutieron nuevamente,
y ella desató su falda
dejando verse de frente
unas braguitas que poco le tapaban.

Entraron de nuevo,
esta vez con un muchacho
que debía ser su hijo…

Simón no estaba,
Santiago no acudió,
y decidí regresar a casa
encontrando a Marianne
con Barrabás.

No lo vuelvas a hacer, mujer,
que de Barrabás no es el reino
aunque tenga el poder,
y Jacob estuvo ausente
asistiendo como voyeur
al acto violento,
de un instante adoptado,
donde el infante es bautismo
y el de la concha tocado.

Y mis huesos estaban,
por el polvo reunidos
edificios por todos lados.