Levar anclas

Desembarcad, noble dama,
Y arrimaros a mi vera
Juntaros a mis pesares,
Compadeced al que ruega.
Porque rogando heme aquí
En esta apartada tierra
De melancolía muda
Y de pesadumbre ciega
Como la más honda tumba,
Como la más densa niebla.
¿Pero que hacéis vos acá
Por estos pagos, bohemia,
Podrá ser que os ha perdido
También un alma revuelta?
Ah, taimadas y obstinadas
Pueden ser las almas nuestras,
Feroces en la soledad,
Aguerridas e insurrectas.
No aprueban al corazón
Si no es bajo alguna prueba
A la que ellas lo someten
Por creerse sus mecenas.
No ceden el amor al vulgo
De las vacuas ligerezas
Que corrompen tantos ánimos
Y libran tantas vergüenzas.
No exoneran al culpable
Y revelan que la pena
Ha de ser un corazón
Rudo y cruel cual la piedra.
Ah, mas si es tal vuestro hado
Solícita me es la estrella
Del aparejado cielo
Que recompensa mi espera.
Mi pensamiento obstinaba
Que algún día de la ausencia
Y el silencio brotaría
Otra voz que mi conciencia
Para saberme que el alma
Nos es tan propia y ajena
Cual alma que jura ser,
Por amor de amor, gemela.
Y ora ha surgido la ola
De la rugiente marea
Para hacer que el malecón
Reviente por igual fuerza
Que la que lleva al Hades
A Orfeo salvando tretas,
La misma que lleva a Safo
Al Léucade por promesa.
Y aunque la muerte me aceche
No hallará en mí el alma enferma
Que se agosta ponzoñosa
En su negrera galera.
¡No, porque sois vos la vida
Que a mi propia vida enseña
A vivir como se vive
Ensoñando las leyendas
De los mares y del cielo
Y de la naturaleza.
Regirán así las almas
Cuando al morirse se mueran,
Al fin y al cabo, despojos
Como carne, hueso y pleura.
Nada nos confina al puerto,
La mar nos llama a su vera,
Levemos anclas, querida,
Que el amor hincha las velas.​

 

Es una belleza de poema, de los que se admiran y envidian al leerlos.

Saludos cordiales.