Reflexión 32

Y me hundo en su hueco,

lo que me rodea no se puede tocar,

veo paisajes,
finales desiertos,
y sequedad en donde había selva,

dejando de lado lo material,

esa esencia animal que no controlamos,

dejando de lado el ser,
somos solo recuerdos,

y en el recuerdo se cuida la espera,
de entender lo que se desea,
de escuchar lo que se nos susurra,

convergemos, aunque a la distancia,
aspiramos sentimientos compartidos,
simulamos cada felicidad que se rescata,

que nuestro cerebro retrata,

ósculos de vientos divinos,

sacros oleajes,

nuestra mente es un mar imponente,
entre millones de universos,

como burbujas borbotea la existencia,

¿quién sabrá en dónde se gesta?,
¿quién mezcla sus componentes?,
¿dónde se disuelve completamente?,
¿quién le pone un fin?,

corrosivo se degusta el néctar de la muerte,
aún viva,

aún moribunda la vida,
se retuerce en su cuna,
en su tumba de oro,
el sufrimiento cobra con sangre,

confusos senderos
se multiplican entre la niebla,

guarda sus tormentas el tiempo rebelde,

porque todo lo que cae tiende a destruirse,

todo lo que toca el tiempo,
se congela cuando no se posee carne,

todo lo que congela el tiempo,
tiende a pausar hasta los mismos suspiros,
y en ese último suspiro
es donde se halla el último deseo,

y en el final se abrirá la mente,
entre posibles lugares de austeridad errante,

elegiremos ser felices junto a todo olvido,
o luchar por una nueva felicidad,

con una voluntad de fuego
que se gesta en nuestro vientre,

no sabemos cuando ha de apagarse,

viviremos en un final constante,
entre contrastes de esencias eternas,

solo unos pocos lucharán por un nuevo cielo,

por su propia luz,

y por la esperanza
de almas que acompañarán
a aquellas libertades venideras.