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desde la locura de los pasos

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Melquiades San Juan, 3 de Abril de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 525

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Hombre
    Me di cuenta que existían los pasos; en mí, los pasos, parte de mí. Primero una paso atrás y volver; luego hacia el frente y volver. Pasos, descubrir los pasos. A cada paso la perspectiva cambia: algo de magia hay en ellos, es como un juego con la luz, con la sombra con el viento, con el tiempo. Aún el paso de retorno es nuevo paso, el tiempo ha transcurrido y todas las circunstancias son diferentes, lo que ocurre también sin dar un paso, de ahí que con paso o sin paso siempre se avanza, al menos en ese misterio que llamamos tiempo.

    Me di cuenta que estar ahí era inevitable, y que aunque parecía conocer de dónde venía, realmente no sabía de dónde, ni a dónde iba más allá del paso, del siguiente paso o de la siguiente inmovilidad física.
    Mi entorno está despierto: repta, vuela, nada, su infinito visible consume mi atención, alimenta mis autismos.
    Lo que vuela, como todo lo demás, busca y huye a la vez y el motor de sus empeños es el hambre. Yo miro y pienso. Y también puedo dar pasos. Doy pasos.

    Mis pasos van al abismo como búsqueda y experiencia de caminante. Me precipito, me confronto con el vacío temporal. El lenguaje de las rocas se percibe en mi cuerpo, el fondo del abismo me castiga con su muro de polvos eternizados. Mis ojos miran la sangre derramada, es mía. Y el suspiro se agota de caminar en ritmo. Se hace el silencio y sobreviene la nada porque soy un alma pura que no ha bebido paradigmas; y aún con ellos: la nada.

    Vuelvo sobre mis pasos como si el abismo no existiera.

    Ahora camino sobre la senda donde marchan los hombres. Hay un lenguaje que debe ser aprendido al andar en paz entre los hombres: ver tan solo sus externos, sus maquillajes, sus vestiduras, es un juego tácitamente aceptado, miradas livianas que no buscan más allá de los vestuarios. La felicidad de un mundo sin espejos termina siempre en dolor después de la desnudez. Y es que la desnudez es apetito extraño.

    Rostros.

    Cada ser se moldea por su forma de rostro, de su cuerpo: la sensual, la bonita, el feo; y su miedo, sus tabúes; quién, de la reclamación, del abuso, de la queja hace una forma de vida: vocación de amargura. Abre una puerta brillante y dentro del ambiente, viene y decora con ambientes de amargura. La amargura es su realidad y niega todas las otras realidades, cuando la amargura llega el dolor hace su cuna y se adormece y se bebe.

    Rostros que invitan, un lenguaje sin palabras ni sonidos. De lo bello a lo erótico: las bocas que incitan los sentidos, los ojos que parecen embrujar y que seducen. Las formas, juguete de los genes, voluptuosidades con que natura juega.
    Y los rostros que encierran los sueños y los deseos en una prisión involuntaria de abstinencia obligada, que no invitan por sí mismos al encuentro sensual.

    Vuelven los pasos y buscan más veredas, llegan al mar. He ahí otro rostro que la mirada desnuda: una apacible oleaje que se colma en encantos de arena y cielos limpios, vuelos que arroban el alma idealizando el externo paisaje. Pero dentro, la pluma alada busca con su insaciable motor de hambre. Bajo el manto de aguas azules o verdosas la batalla existe, desde el planton hasta la ballena gigante. Todo se consume en el voraz intento de la vida breve que no sabe cómo volverse eterna.

    Ay alma mía. Qué gran anhelo surge para romper el molde que nos contiene y que busca refugio en el pensamiento.

    Mi paraíso es un paso invisible y misterioso. Viene el verbo para consolarme, para pensar que no siempre fue así. Que hubo un molde viejo que fue transgredido y por tanto perdido. Se bebe el romántico ensueño como elixir que consuela y que promete mientras mueren los pasos.

    ¿Un sol en cuántos días? Entérate, miles de soles son. Alimento sagrado que se endulza con dosis de ignorancia. Ignorar es felicidad: la magia, el infierno es la sabiduría.
    He ahí el sustentador cansado de alabanzas, que abre la puerta para que el caminante sienta el desamparo. El hambre, que le alimenta con el ruego, le provee una adoración mayor, sacia su apetito divino en la pequeñez y el miedo: el desamparo.

    Pasos que están marcados por la brevedad. He ahí la cuna de mis misterios, para que las preguntas se inventen sus propias respuestas y se vuelvan colectivas, se vuelvan paradigmas hasta el siguiente paso.
     
    #1
    Última modificación: 3 de Abril de 2013

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