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Edgar Allan Poe (biografía)

Tema en 'Biblioteca de Poesía y Prosa gótica' comenzado por danie, 24 de Noviembre de 2013. Respuestas: 3 | Visitas: 3153

  1. danie

    danie solo un pensamiento...

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    6 de Mayo de 2013
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    Edgar Allan Poe

    (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809- Baltimore, Estados unidos, 7 de octubre de 1849)

    Escritor, poeta, crítico y periodista. Se puede conocer a Poe como el maestro de los relatos de misterio, suspenso y terror, del cual fue uno de los primeros practicantes en su país. Fue renovador de la novela gótica, recordado especialmente por sus cuentos de terror. Considerado el inventor del relato detectivesco, contribuyó asimismo con varias obras al género emergente de la ciencia ficción. Por otra parte, fue el primer escritor estadounidense de renombre que intentó hacer de la escritura su modus vivendi, lo que tuvo para él lamentables consecuencias.
    Fue bautizado como Edgar Poe en Boston, Massachusetts, y sus padres murieron cuando era niño. Fue recogido por un matrimonio adinerado de Richmond, Virginia, Frances y John Allan, aunque nunca fue adoptado oficialmente. Pasó un curso académico en la Universidad de Virginia y posteriormente se enroló, también por breve tiempo, en el ejército. Sus relaciones con los Allan se rompieron en esa época, debido a las continuas desavenencias con su padrastro, quien a menudo desoyó sus peticiones de ayuda y acabó desheredándolo. Su carrera literaria se inició con un libro de poemas, Tamerlane and Other Poems (1827).
    Por motivos económicos, pronto dirigió sus esfuerzos a las prosas y las narraciones escribiendo relatos y crítica literaria para algunos periódicos de la época; pero su afán primordial siempre fue la poesía (nunca pudo darle la fuerza que quiso por estar en un estatus económico carente), llegó a adquirir cierta notoriedad por su estilo cáustico y elegante con las críticas y las narraciones. No tenía muchas amistades ya que en el ambiente literario siempre destrozaba con sus críticas al resto de la tertulia. Debido a su trabajo, vivió en varias ciudades: Baltimore, Filadelfia y Nueva York. En Baltimore, en 1835, contrajo matrimonio con su prima Virginia Clemm, que contaba a la sazón trece años de edad. En enero de 1845, publicó un poema que le haría célebre: "El cuervo". Su mujer murió de tuberculosis dos años más tarde. El gran sueño del escritor, editar su propio periódico (que iba a llamarse The Stylus), nunca se cumplió.
    Murió el 7 de octubre de 1849, en la ciudad de Baltimore, cuando contaba apenas cuarenta años de edad. La causa exacta de su muerte nunca fue aclarada. Se atribuyó al alcohol, a congestión cerebral, cólera, drogas, fallo cardíaco, rabia, suicidio, tuberculosis y otras causas.
    La figura del escritor, tanto como su obra, marcó profundamente la literatura de su país y puede decirse que de todo el mundo. Ejerció gran influencia en la literatura simbolista francesay, a través de ésta, en el surrealismo, pero su impronta llega mucho más lejos: son deudores suyos toda la literatura de fantasmas victoriana y, en mayor o menor medida, autores tan dispares e importantes como Charles Baudelaire, Fedor Dostoyevski, William Faulkner, Franz Kafka, H. P. Lovecraft, Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, Clemente Palma, Julio Cortázar, etc. El poeta nicaragüense Rubén Darío le dedicó un ensayo en su libro “Los raros”.
    Jorge Luis Borges, en una entrevista se refirió a Poe con la siguiente frase:
    “Se entregó solitario a su completo destino de inventor de pesadillas”.
    El genio de Poe, en palabras del crítico Van Wyck Brooks, no tenía parangón en su tiempo, y su único rival de entidad como prosista y cuentista fue quizá Nathaniel Hawthorne.
    Para el poeta francés Stéphane Mallarmé, Poe fue «el dios intelectual» de su siglo.
    En una de sus cartas, dejó escrito:
    Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro.

    A James R. Lowell, 2/7/1844


    Análisis: Poe fue un idealista, un soñador y sobre todas las cosas un poeta romántico de alma, su vida fue marcada desde un principio por la tendencia goticista y sus lamentables consecuencias. Sus obras trágicas, sus relatos y poemas de terror fueron inspiración de la vida cotidiana y de lo que el padecía. La enfermedad de su esposa(consunción –tuberculosis), el alcohol y la precaria situación económica fueron los pilares de muchos cuentos de renombre durante toda la época. Poe sin duda se puede considerar un escritor que dio su vida por la literatura gótica y sobre todas las cosas nunca fue apreciado por ello. Al casarse con su prima “Virginia Clemm” de tan solo 13 años, fue marginalizado por el ambiente literario, también por sus embrollosos problemas con la bebida.
    Tenía más enemistades que amistades por sus críticas demoledoras (tuvo que emplearlas para salir a delante en momentos decisivos de su carente economía). Tanto fue así, que muchas veces se lo acuso injustamente de plagio. Dos días después de la muerte de Poe, apareció un obituario firmado por un tal "Ludwig", que luego se reveló era realmente el crítico y antologista Rufus Wilmot Griswold. Griswold, quien más tarde se convirtió en el albacea literario efectivo de las obras de Poe, fue realmente uno de sus rivales literarios, y quien posteriormente publicó su primera biografía completa, retratándolo como un depravado, un borracho y un loco turbado por las drogas, y llegando incluso a falsificar cartas del poeta como evidencia de ello.Se cree que gran parte de la evidencia utilizada para construir esta imagen fue forjada por Griswold, y a pesar de que muchos amigos de Poe lo denunciaron,ésta fue la interpretación que tuvo un impacto más duradero.
    Edgar Allan Poe, fue denigrado y dignificado tanto de vivo como de muerto. Pero jamás pudieron opacar su genuino y creativo talento.
    Con ustedes el maestro de la narrativa de terror gótico y algunas de sus más conocidas prosas y poemas.





    Algunos de sus poemas y prosas
    Berenice

    Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem,
    curas meas aliquantulum fore levatas.
    EBN ZAIAT


    La desdicha es muy variada. La desgracia cunde multiforme en la tierra. Desplegada por el ancho horizonte, como
    el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste, a la vez tan distintos y tan íntimamente unidos.
    ¡Desplegada por el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza ha derivado un tipo de fealdad; de la alianza
    y la paz, un símil del dolor? Igual que en la ética el mal es consecuencia del bien, en realidad de la alegría nace la tristeza.
    O la memoria de la dicha pasada es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido.
    Mi nombre de pila es Egaeus; no diré mi apellido. Sin embargo, no hay en este país torres más venerables que las de mi sombría
    y lúgubre mansión. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios; y en muchos sorprendentes detalles, en el carácter
    de la mansión familiar, en los frescos del salón principal, en los tapices de las alcobas, en los relieves de algunos pilares
    de la sala de armas, pero sobre todo en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca, y, por último, en la naturaleza
    muy peculiar de los libros, hay elementos suficientes para justificar esta creencia.
    Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con esta mansión y con sus libros, de los que ya no volveré a hablar.
    Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es inútil decir que no había vivido antes, que el alma no conoce una existencia previa.
    ¿Lo negáis? No discutiremos este punto. Yo estoy convencido, pero no intento convencer. Sin embargo, hay un recuerdo
    de formas etéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales y tristes, un recuerdo que no puedo marginar;
    una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, vacilante; y como una sombra también por la imposibilidad
    de librarme de ella mientras brille la luz de mi razón.
    En esa mansión nací yo. Al despertar de repente de la larga noche de lo que parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones
    de hadas, a un palacio de imaginación, a los extraños dominios del pensamiento y de la erudición monásticos, no es extraño
    que mirase a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi niñez entre libros y disipara mi juventud
    en ensueños; pero sí es extraño que pasaran los años y el apogeo de la madurez me encontrara viviendo aun en la mansión
    de mis antepasados; es asombrosa la parálisis que cayó sobre las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión completa en
    el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades del mundo terrestre me afectaron como visiones, sólo como
    visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños, por el contrario, se tornaron no en materia de mi existencia
    cotidiana, sino realmente en mi cínica y total existencia.

    Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la mansión de nuestros antepasados. Pero crecimos de modo distinto:
    yo, enfermizo, envuelto en tristeza; ella, ágil, graciosa, llena de fuerza; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios
    del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo, entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella,
    vagando sin preocuparse de la vida, sin pensar en las sombras del camino ni en el silencioso vuelo de las horas de alas negras.
    ¡Berenice! -Invoco su nombre-, ¡Berenice! Y ante este sonido se conmueven mil tumultuosos recuerdos de las grises ruinas.
    ¡Ah, acude vívida su imagen a mí, como en sus primeros días de alegría y de dicha! ¡Oh encantadora y fantástica belleza!
    ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces..., entonces todo es misterio y terror,
    y una historia que no se debe contar. La enfermedad -una enfermedad mortal- cayó sobre ella como el simún, y, mientras yo
    la contemplaba, el espíritu del cambio la arrasó, penetrando en su mente, en sus costumbres y en su carácter, y de la forma
    más sutil y terrible llegó a alterar incluso su identidad. ¡Ay! La fuerza destructora iba y venía, y la víctima..., ¿dónde estaba?
    Yo no la conocía, o, al menos, ya no la reconocía como Berenice.
    Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por aquella primera y fatal, que desencadenó una revolución tan horrible
    en el ser moral y físico de mi prima, hay que mencionar como la más angustiosa y obstinada una clase de epilepsia que
    con frecuencia terminaba en catalepsia, estado muy parecido a la extinción de la vida, del cual, en la mayoría de los casos,
    se despertaba de forma brusca y repentina. Mientras tanto, mi propia enfermedad -pues me han dicho que no debería darle otro
    nombre-, mi propia enfermedad, digo, crecía con extrema rapidez, asumiendo un carácter monomaníaco de una especie nueva
    y extraordinaria, que se hacía más fuerte cada hora que pasaba y, por fin, tuvo sobre mí un incomprensible ascendiente.
    Esta monomanía, si así tengo que llamarla, consistía en una morbosa irritabilidad de esas propiedades de la mente que la ciencia
    psicológica designa con la palabra atención. Es más que probable que no me explique; pero temo, en realidad, que no haya forma
    posible de trasmitir a la inteligencia del lector corriente una idea de esa nerviosa intensidad de interés con que en mi caso las facultades de meditación (por no hablar en términos técnicos) actuaban y se concentraban en la contemplación de los objetos
    más comunes del universo.
    Reflexionar largas, infatigables horas con la atención fija en alguna nota trivial, en los márgenes de un libro o en su tipografía;
    estar absorto durante buena parte de un día de verano en una sombra extraña que caía oblicuamente sobre el tapiz o sobre
    la puerta; perderme toda una noche observando la tranquila llama de una lámpara o los rescoldos del fuego; soñar días enteros
    con el perfume de una flor; repetir monótonamente una palabra común hasta que el sonido, gracias a la continua repetición,
    dejaba de suscitar en mi mente alguna idea; perder todo sentido del movimiento o de la existencia física, mediante una absoluta
    y obstinada quietud del cuerpo, mucho tiempo mantenida: éstas eran algunas de las extravagancias más comunes y menos
    perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, en realidad no único, pero capaz de desafiar cualquier tipo
    de análisis o explicación.
    Pero no se me entienda mal. La excesiva, intensa y morbosa atención, excitada así por objetos triviales en sí, no tiene que
    confundirse con la tendencia a la meditación, común en todos los hombres, y a la que se entregan de forma particular las personas
    de una imaginación inquieta. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, una situación grave ni la exageración de esa
    tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un caso, el soñador o el fanático, interesado por un objeto
    normalmente no trivial, lo pierde poco a poco de vista en un bosque de deducciones y sugerencias que surgen de él, hasta que,
    al final de una ensoñación llena muchas veces de voluptuosidad, el incitamentum o primera causa de sus meditaciones desaparece
    completamente y queda olvidado. En mi caso, el objeto primario era invariablemente trivial, aunque adquiría, mediante mi visión
    perturbada, una importancia refleja e irreal. Pocas deducciones, si había alguna, surgían, y esas pocas volvían pertinazmente
    al objeto original como a su centro. Las meditaciones nunca eran agradables, y al final de la ensoñación, la primera causa, lejos
    de perderse de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerado que constituía el rasgo primordial de la enfermedad. En una palabra, las facultades que más ejercía la mente en mi caso eran, como ya he dicho, las de la atención;
    mientras que en el caso del soñador son las de la especulación.
    Mis libros, en esa época, si no servían realmente para aumentar el trastorno, compartían en gran medida, como se verá, por
    su carácter imaginativo e inconexo, las características peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado
    del noble italiano Coelius Secundus Curio, De amplitudine beati regni Dei [La grandeza del reino santo de Dios]; la gran obra de
    San Agustín, De civitate Dei [La ciudad de Dios], y la de Tertuliano, De carne Christi [La carne de Cristo], cuya sentencia paradójica: Mortuus est Dei filius: credibile est quia ineptum est; et sepultus resurrexit: certum est quia impossibile est, ocupó durante muchas
    semanas de inútil y laboriosa investigación todo mi tiempo.
    Así se verá que, arrancada, de su equilibrio sólo por cosas triviales, mi razón se parecía a ese peñasco marino del que nos habla Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques de la violencia humana y la furia más feroz de las aguas y de los vientos, pero temblaba a simple contacto de la flor llamada asfódelo. Y aunque para un observador desapercibido pudiera parecer fuera de toda duda que la alteración producida en la condición moral de Berenice por su desgraciada enfermedad me habría proporcionado muchos temas para el ejercicio de esa meditación intensa y anormal, cuya naturaleza me ha costado bastante explicar, sin embargo no era éste el caso. En los intervalos lúcidos de mi mal, la calamidad de Berenice me daba lástima, y, profundamente conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos mecanismos por los que había llegado a producirse una revolución tan repentina y extraña. Pero estas reflexiones no compartían la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran como las que se hubieran presentado, en circunstancias semejantes, al común de los mortales. Fiel a su propio carácter, mi trastorno se recreaba en los cambios de menor importancia, pero más llamativos, producidos en la constitución física de Berenice, en la extraña y espantosa deformación de su identidad personal.
    En los días más brillantes de su belleza incomparable no la amé. En la extraña anomalía de mi existencia, mis sentimientos nunca venían del corazón, y mis pasiones siempre venían de la mente. En los brumosos amaneceres, en las sombras entrelazadas del bosque al mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche ella había flotado ante mis ojos, y yo la había visto, no como la Berenice viva y palpitante, sino como la Berenice de un sueño; no como una moradora de la tierra, sino como su abstracción; no como algo para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como tema de la más abstrusa aunque inconexa especulación. Y ahora, ahora temblaba en su presencia y palidecía cuando se acercaba; sin embargo, lamentando amargamente su decadencia y su ruina, recordé que me había amado mucho tiempo, y que, en un momento aciago, le hablé de matrimonio.
    Y cuando, por fin, se acercaba la fecha de nuestro matrimonio, una tarde de invierno, en uno de esos días intempestivamente cálidos, tranquilos y brumosos, que constituyen la nodriza de la bella Alcíone estaba yo sentado (y creía encontrarme solo) en el gabinete interior de la biblioteca y, al levantar los ojos, vi a Berenice ante mí.
    ¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la atmósfera brumosa, la incierta luz crepuscular del aposento, los vestidos grises que envolvían su figura los que le dieron un contorno tan vacilante e indefinido? No sabría decirlo. Ella no dijo una palabra, y yo por nada del mundo hubiera podido pronunciar una sílaba. Un escalofrío helado cruzó mi cuerpo; me oprimió una sensación de insufrible ansiedad; una curiosidad devoradora invadió mi alma, y, reclinándome en la silla, me quedé un rato sin aliento, inmóvil, con mis ojos clavados en su persona. ¡Ay! Su delgadez era extrema, y ni la menor huella de su ser anterior se mostraba en una sola línea del contorno. Mi ardiente mirada cayó por fin sobre su rostro.
    La frente era alta, muy pálida, y extrañamente serena; lo que en un tiempo fuera cabello negro azabache caía parcialmente sobre la frente y sombreaba las sienes hundidas con innumerables rizos de un color rubio reluciente, que contrastaban discordantes, por su matiz fantástico, con la melancolía de su rostro. Sus ojos no tenían brillo y parecían sin pupilas; y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar sus labios, finos y contraídos. Se entreabrieron; y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la desconocida Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Quiera Dios que nunca los hubiera visto o que, después de verlos, hubiera muerto!
    El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo, y, al levantar la vista, descubrí que mi prima había salido del aposento. Pero de los desordenados aposentos de mi cerebro, ¡ay!, no había salido ni se podía apartar el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni una mota en su superficie, ni una sombra en el esmalte, ni una mella en sus bordes había en los dientes de esa sonrisa fugaz que no se grabara en mi memoria. Ahora los veía con más claridad que un momento antes. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí, y allí, y en todas partes, visibles y palpables ante mí, largos, finos y excesivamente blancos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el mismo instante en que habían empezado a crecer. Entonces llegó toda la furia de mi monomanía, y yo luché en vano contra su extraña e irresistible influencia. Entre los muchos objetos del mundo externo sólo pensaba en los dientes. Los anhelaba con un deseo frenético. Todos las demás preocupaciones y los demás intereses quedaron supeditados a esa contemplación. Ellos, ellos eran los únicos que estaban presentes a mi mirada mental, y en su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los examiné bajo todos los aspectos. Los vi desde todas las perspectivas. Analicé sus características. Estudié sus peculiaridades. Me fijé en su conformación. Pensé en los cambios de su naturaleza. Me estremecí al atribuirles, en la imaginación, un poder sensible y consciente y, aun sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión moral. De mademoiselle Sallé se ha dicho con razón que tous ses pas étaient des sentiments, y de Berenice yo creía seriamente que toutes ses dents étaient des ídées. Des idées! ¡Ah, este absurdo pensamiento me destruyó! Des idées! ¡Ah, por eso los codiciaba tan desesperadamente! Sentí que sólo su posesión me podría devolver la paz, devolviéndome la razón.
    Y la tarde cayó sobre mí; y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon alrededor, y yo seguía inmóvil, sentado, en aquella habitación solitaria; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes mantenía su terrible dominio, como si, con una claridad viva y horrible, flotara entre las cambiantes luces y sombras de la habitación. Al fin irrumpió en mis sueños un grito de horror y consternación; y después, tras una pausa, el ruido de voces preocupadas, mezcladas con apagados gemidos de dolor y de pena. Me levanté de mi asiento y, abriendo las puertas de la biblioteca, vi en la antesala a una criada, deshecha en lágrimas, quien me dijo que Berenice ya no existía. Había sufrido un ataque de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, ya estaba preparada la tumba para recibir a su ocupante, y terminados los preparativos del entierro.
    Me encontré sentado en la biblioteca, y de nuevo solo. Parecía que había despertado de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero no tenía una idea exacta, o por los menos definida, de ese melancólico período intermedio. Sin embargo, el recuerdo de ese intervalo estaba lleno de horror, horror más horrible por ser vago, terror más terrible por ser ambiguo. Era una página espantosa en la historia de mi existencia, escrita con recuerdos siniestros, horrorosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero fue en vano; mientras tanto, como el espíritu de un sonido lejano, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. Pero, ¿qué era? Me hice la pregunta en voz alta y los susurrantes ecos de la habitación me contestaron: ¿Qué era?
    En la mesa, a mi lado, brillaba una lámpara y cerca de ella había una pequeña caja. No tenía un aspecto llamativo, y yo la había visto antes, pues pertenecía al médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa y por qué me estremecí al fijarme en ella? No merecía la pena tener en cuenta estas cosas, y por fin mis ojos cayeron sobre las páginas abiertas de un libro y sobre una frase subrayada. Eran las extrañas pero sencillas palabras del poeta Ebn Zaiat: "Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas". ¿Por qué, al leerlas, se me pusieron los pelos de punta y se me heló la sangre en las venas?
    Sonó un suave golpe en la puerta de la biblioteca y, pálido como habitante de una tumba, un criado entró de puntillas. Había en sus ojos un espantoso terror y me habló con una voz quebrada, ronca y muy baja. ¿Qué dijo? Oí unas frases entrecortadas. Hablaba de un grito salvaje que había turbado el silencio de la noche, y de la servidumbre reunida para averiguar de dónde procedía, y su voz recobró un tono espeluznante, claro, cuando me habló, susurrando, de una tumba profanada, de un cadáver envuelto en la mortaja y desfigurado, pero que aún respiraba, aún palpitaba, ¡aún vivía!
    Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro y de sangre. No contesté nada; me tomó suavemente la mano: tenía huellas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había en la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un grito corrí hacia la mesa y agarré la caja. Pero no pude abrirla, y por mi temblor se me escapó de las manos, y se cayó al suelo, y se rompió en pedazos; y entre éstos, entrechocando, rodaron unos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos diminutos objetos blancos, de marfil, que se desparramaron por el suelo.

    ----------------------------------------------------------------
    El cuervo
    I
    En una noche pavorosa, inquieto
    releía un vetusto mamotreto
    cuando creí escuchar
    un extraño ruido, de repente
    como si alguien tocase suavemente
    a mi puerta: «Visita impertinente
    es, dije y nada más » .
    II
    ¡Ah! me acuerdo muy bien; era en invierno
    e impaciente medía el tiempo eterno
    cansado de buscar
    en los libros la calma bienhechora
    al dolor de mi muerta Leonora
    que habita con los ángeles ahora
    ¡para siempre jamás!
    III
    Sentí el sedeño y crujidor y elástico
    rozar de las cortinas, un fantástico
    terror, como jamás
    sentido había y quise aquel ruido
    explicando, mi espíritu oprimido
    calmar por fin: «Un viajero perdido
    es, dije y nada más ».
    IV
    Ya sintiendo más calma: «Caballero
    exclamé, o dama, suplicaros quiero
    os sirváis excusar
    mas mi atención no estaba bien despierta
    y fue vuestra llamada tan incierta...»
    Abrí entonces de par en par la puerta:
    tinieblas nada más.
    V
    Miro al espacio, exploro la tiniebla
    y siento entonces que mi mente puebla
    turba de ideas cual
    ningún otro mortal las tuvo antes
    y escucho con oídos anhelantes
    «Leonora » unas voces susurrantes
    murmurar nada más.
    VI
    Vuelvo a mi estancia con pavor secreto
    y a escuchar torno pálido e inquieto
    más fuerte golpear;
    «algo, me digo, toca en mi ventana,
    comprender quiero la señal arcana
    y calmar esta angustia sobrehumana »:
    ¡el viento y nada más!
    VII
    Y la ventana abrí: revolcando
    vi entonces un cuervo venerando
    como ave de otra edad;
    sin mayor ceremonia entró en mis salas
    con gesto señorial y negras alas
    y sobre un busto, en el dintel, de Palas
    posóse y nada más.
    VIII
    Miro al pájaro negro, sonriente
    ante su grave y serio continente
    y le comienzo a hablar,
    no sin un dejo de intención irónica:
    «Oh cuervo, oh venerable ave anacrónica,
    ¿cuál es tu nombre en la región plutónica? »
    Dijo el cuervo: «Jamás ».
    IX
    En este caso al par grotesco y raro
    maravilléme al escuchar tan claro
    tal nombre pronunciar
    y debo confesar que sentí susto
    pues ante nadie, creo, tuvo el gusto
    de un cuervo ver, posado sobre un busto
    con tal nombre: «Jamás ».
    X
    Cual si hubiese vertido en ese acento
    el alma, calló el ave y ni un momento
    las plumas movió ya,
    «otros de mí han huido y se me alcanza
    que él partirá mañana sin tardanza
    como me ha abandonado la esperanza »;
    dijo el cuervo: «¡Jamás! »
    XI
    Una respuesta al escuchar tan neta
    me dije, no sin inquietud secreta,
    «Es esto nada más.
    Cuanto aprendió de un amo infortunado,
    a quien tenaz ha perseguido el hado
    y por solo estribillo ha conservado
    ¡ese jamás, jamás! »
    XII
    Rodé mi asiento hasta quedar enfrente
    de la puerta, del busto y del vidente
    cuervo y entonces ya
    reclinado en la blanda sedería
    en ensueños fantásticos me hundía,
    pensando siempre que decir querría
    aquel jamás, jamás.
    XIII
    Largo tiempo quedéme así en reposo
    aquel extraño pájaro ominoso
    mirando sin cesar,
    ocupaba el diván de terciopelo
    do juntos nos sentamos y en mi duelo
    pensaba que Ella, nunca en este suelo
    lo ocuparía más.
    XIV
    Entonces parecióme el aire denso
    con el aroma de quemado incienso
    de un invisible altar;
    y escucho voces repetir fervientes:
    «Olvida a Leonor, bebe el nepenthes
    bebe el olvido en sus letales fuentes »;
    dijo el cuervo: «¡Jamás! »
    XV
    «Profeta, dije, augur de otras edades
    que arrojaron las negras tempestades
    aquí para mi mal,
    huésped de esta morada de tristura,
    dí, fosco engendro de la noche oscura,
    si un bálsamo habrá al fin a mi amargura »:
    dijo el cuervo: «¡Jamás! »
    XVI
    «Profeta, dije, o diablo, infausto cuervo
    por Dios, por mí, por mi dolor acerbo,
    por tu poder fatal
    dime si alguna vez a Leonora
    volveré a ver en la eternal aurora
    donde feliz con los querubes mora »;
    dijo el cuervo: «¡Jamás! »
    XVII
    «Sea tal palabra la postrera
    retorna a la plutónica rivera,»
    grité: «¡No vuelvas más,
    no dejes ni una huella, ni una pluma
    y mi espíritu envuelto en densa bruma
    libra por fin el peso que le abruma! »
    dijo el cuervo: «¡Jamás! »
    XVIII
    Y el cuervo inmóvil, fúnebre y adusto
    sigue siempre de Palas sobre el busto
    y bajo mi fanal,
    proyecta mancha lúgubre en la alfombra
    y su mirada de demonio asombra...
    ¡Ay! ¿Mi alma enlutada de su sombra
    se librará? ¡Jamás!
    Versión de Carlos Arturo Torres

    ------------------------------------------------------------
    El cuervo 2°versión
    Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
    sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
    inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
    a mi puerta oí llamar;
    como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
    mano tímida a tocar:
    "¡Es - me dije - una visita que llamando está a mi puerta:
    eso es todo y nada más!".

    ¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
    y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
    Cuan ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
    procurando en vano hallar
    tregua a la honda desventura de la muerta Leonora;
    la radiante, la sin par
    virgen rara a quien Leonora los querubes llaman, ahora
    ya sin nombre... ¡nunca más!

    Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
    me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
    de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
    procurando dominar,
    "¡Es, sin duda, un visitante-repetía con instancia-
    que a mi alcoba quiere entrar:
    un tardío visitante a las puertas de mi estancia...,
    eso es todo, y nada más!"
    .

    Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
    "Caballero, dije, o dama: mil perdones os demando;
    mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza
    me vinísteis a llamar,
    y con tal delicadeza y tan tímida constancia
    os pusísteis a tocar,
    que no oí"
    , dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
    ¡sombras sólo y... nada más!

    Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
    quedé allí-cual antes nadie los soñó-forjando sueños;
    más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
    ruido alguno..., resonar
    sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
    yo me puse a murmurar,
    y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora...!
    Esto apenas, ¡nada más!

    A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
    Pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia:
    "De seguro-dije-es algo que se posa en mi persiana,
    pues, veamos de encontrar
    la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
    y el enigma averiguar:
    ¡Corazón, calma un instante, y aclaremos el misterio...:
    es el viento, y nada más!".

    La ventana abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño,
    Entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
    Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
    con aspecto señorial,
    fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
    de mi puerta el cabezal;
    sobre el busto que de Pallas representa
    fue y posóse, y ¡nada más!
    Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
    con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
    y le dije: "Aunque la cresta calva llevas, de seguro
    no eres cuervo nocturnal,
    ¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla...!
    Dime, ¿cuál tu nombre, cuál,
    En el reino plutoniano de la noche y de la niebla...?

    Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

    Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
    si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
    pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
    que lograse contemplar
    ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
    ave o bruto reposar
    sobre efigie en la cornisa de su puerta cincelada,
    con tal nombre: "Nunca más".

    Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquélla,
    sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
    vinculada, ni una pluma sacudía, ni un acento
    se le oía pronunciar...
    Dije entonces al momento: "Ya otros antes se han marchado,
    y la aurora al despuntar,
    él también se irá volando cual mis sueños han volado".

    Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

    Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
    "no hay ya duda alguna -dije-, lo que dice es aprendido;
    aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte
    persiguiera sin cesar,
    persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
    sus canciones terminar
    y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
    de: ¡Jamás, y nunca más!".

    Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
    mi sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
    luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
    dime entonces a juntar,
    por saber que pretendía aquel pájaro ominoso
    de un pasado inmemorial,
    aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
    al graznar: "¡Nunca jamás!".

    Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
    cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
    Esto y más-sobre cojines reclinado-con anhelo
    me empeñaba en descifrar,
    sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
    luminosa mi fanal,
    terciopelo cuya púrpura ¡ay! Jamás volverá élla
    a oprimir, ¡ah, nunca más!

    Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
    que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
    perfumado. "¡Miserable ser-me dije-Dios te ha oído,
    y por medio angelical,
    tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
    te ha venido hoy a brindar:
    bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!".
    Dijo el cuervo: "Nunca más".

    ¡Oh, Profeta -dije- o duende!, mas profeta al fin, ya seas
    ave o diablo, ya te envía la tormenta, ya te veas
    por los ábregos barrido a esta playa, desolado
    pero intrépido, a este hogar
    por los males devastado, dime, dime, te lo imploro.
    ¿Llegaré jamas a hallar
    algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?.
    Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

    "¡Oh, Profeta -dije- o diablo! Por ese ancho, combo velo
    de zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
    a quien ambos adoramos, dile a esta alma dolorida,
    presa infausta del pesar,
    si jamás en otra vida la doncella arrobadora
    a mi seno he de estrechar,
    la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora...".
    Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

    "¡Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida
    -grité alzándome-, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
    la plutónica ribera de la noche y de la bruma...!
    ¡De tu horrenda falsedad
    en memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja!
    ¡Deja en paz mi soledad!
    ¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu forma aleja...!".
    Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

    ¡Y aun el cuervo inmóvil!, fijo, sigue fijo en la escultura,
    sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura....
    y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
    las visiones ve del mal;
    y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo flota..., nunca
    se alzará..., nunca jamás!

    Versión de Juan Antonio Pérez Bonalde (Tomado de Texto Sentido)

    ------------------------------------------------------------------------
    El valle de la inquietud

    HUBO aquí un valle antaño, callado y sonriente,
    donde nadie habitaba:
    partiéronse las gentes a la guerra,
    dejando a los luceros, de ojos dulces,
    que velaran, de noche, desde azuladas torres,
    las flores, y en el centro del valle, cada día,
    la roja luz del sol se posaba, indolente.
    Mas ya quien lo visite advertiría
    la inquietud de ese valle melancólico.
    No hay en él nada quieto,
    sino el aire, que ampara
    aquella soledad de maravilla.
    ¡Ah! Ningún viento mece aquellos árboles,
    que palpitan al modo de los helados mares
    en torno de las Hébridas brumosas.
    ¡Ah! Ningún viento arrastra aquellas nubes,
    que crujen levemente por el cielo intranquilo,
    turbadas desde el alba hasta la noche,
    sobre las violetas que allí yacen,
    como ojos humanos de mil suertes,
    sobre ondulantes lirios,
    que lloran en las tumbas ignoradas.
    Ondulan, y de sus fragantes cimas
    cae eterno rocío, gota a gota.
    Lloran, y por sus tallos delicados,
    como aljófar, van lágrimas perennes.

    Versión de Màrie Montand


    ------------------------------------------------------------------
    Soneto a la ciencia

    ¡Ciencia! ¡verdadera hija del tiempo tú eres!
    que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
    ¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
    buitre, cuyas alas son obtusas realidades?

    ¿Cómo debería él amarte? o ¿cómo puede juzgarte sabia
    aquel a quien no dejas en su vagar
    buscar un tesoro en los enjoyados cielos,
    aunque se elevara con intrépida ala?

    ¿No has arrebatado a Diana de su carro?
    ¿Ni expulsado a las Hamadríades del bosque
    para buscar abrigo en alguna feliz estrella?

    ¿No has arrancado a las Náyades de la inundación,
    al Elfo de la verde hierba, y a mí
    del sueño de verano bajo el tamarindo?

    -----------------------------------------------------------

    Un sueño

    ¡Recibe en la frente este beso!
    Y, por librarme de un peso
    antes de partir, confieso
    que acertaste si creías
    que han sido un sueño mis días;
    ¿Pero es acaso menos grave
    que la esperanza se acabe
    de noche o a pleno sol,
    con o sin una visión?
    Hasta nuestro último empeño
    es sólo un sueño dentro de un sueno.
    Frente a la mar rugiente
    que castiga esta rompiente
    tengo en la palma apretada
    granos de arena dorada.
    ¡Son pocos! Y en un momento
    se me escurren y yo siento
    surgir en mí este lamento:
    ¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
    retenerlos en mis dedos?
    ¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
    salvar uno de la marea!
    ¿Hasta nuestro último empeño
    es sólo un sueño dentro de un sueño?
    Versión de Carlos Arturo Torres

    ---------------------------------------------------------
    Lucero vespertino

    Ocurrió una medianoche
    a mediados de verano;
    lucían pálidas estrellas
    tras el potente halo
    de una luna clara y fría
    que iluminaba las olas
    rodeada de planetas,
    esclavos de su señora.
    Detuve mi mirada
    en su sonrisa helada
    -demasiado helada para mí-;
    una nube le puso un velo
    de lanudo terciopelo
    y entonces me fijé en ti.
    Lucero orgulloso,
    remoto, glorioso,
    yo siempre tu brillo preferí;
    pues mi alma jalea
    la orgullosa tarea
    que cumples de la noche a la mañana,
    y admiro más, desde luego,
    tu lejanísimo fuego
    que esa otra luz, más fría, más cercana.
    Versión de Andrés Ehrenhaus

    ---------------------------------------------------------------------
    La durmiente

    Era la medianoche, en junio, tibia, bruna.
    Yo estaba bajo un rayo de la mística luna,
    que de su blanco disco como un encantamiento
    vertía sobre el valle un vapor soñoliento.
    Dormitaba en las tumbas el romero fragante,
    y al lago se inclinaba el lirio agonizante,
    y envueltas en la niebla en el ropaje acuoso,
    las ruinas descansaban en vetusto reposo.
    ¡Mirad! También el lago semejante al Leteo,
    dormita entre las sombras con lento cabeceo,
    y del sopor consciente despertarse no quiere
    para el mundo que en torno lánguidamente muere.


    Duerme toda belleza y ved dónde reposa
    Irene, dulcemente, en calma deleitosa.
    Con la ventana abierta a los cielos serenos,
    de claros luminares y de misterios llenos.
    ¡Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
    ¿Por qué está tu ventana, así, en la noche abierta?
    Los aires juguetones desde el bosque frondoso,
    risueños y lascivos en tropel rumoroso
    inundan tu aposento y agitan la cortina
    del lecho en que tu hermosa cabeza se reclina,
    sobre los bellos ojos de copiosas pestañas,
    tras los que el alma duerme en regiones extrañas,
    como fantasmas tétricos, por el sueño y los muros
    se deslizan las sombras de perfiles oscuros.

    Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
    ¿Cuál es, di, de tu ensueño el poderoso encanto?
    Debes de haber venido de los lejanos mares
    a este jardín hermoso de troncos seculares.
    Extraños son, mujer, tu palidez, tu traje,
    y de tus largas trenzas el flotante homenaje;
    pero aún es más extraño el silencio solemne
    en que envuelves tu sueño misterioso y perenne.
    La dama gentil duerme. ¡Que duerman para el mundo!
    Todo lo que es eterno tiene que ser profundo.
    El cielo lo ha amparado bajo su dulce manto,
    trocando este aposento por otro que es más santo,
    y por otro más triste, el lecho en que reposa.

    Yo le ruego al Señor, que con mano piadosa,
    la deje descansar con sueño no turbado,
    mientras que los difuntos desfilan por su lado.
    Ella duerme, amor mío. ¡Oh!, mi alma le desea
    que así como es eterno, profundo el sueño sea;
    que los viles gusanos se arrastren suavemente
    en torno de sus manos y en torno de su frente;
    que en la lejana selva, sombría y centenaria,
    le alcen una alta tumba tranquila y solitaria
    donde flotan al viento, altivos y triunfales,
    de su ilustre familia los paños funerales;
    una lejana tumba, a cuya puerta fuerte
    piedras tiró, de niña, sin temor a la muerte,
    ya cuyo duro bronce no arrancará más sones,
    ni los fúnebres ecos de tan tristes mansiones,
    ¡qué triste imaginarse pobre hija del pecado
    que el sonido fatídico a la puerta arrancado,
    y que quizá con gozo resonara en tu oído,
    de la muerte terrífica era el triste gemido!

    -------------------------------------------------------------------
    Balada nupcial

    En mi dedo el anillo,
    la guirnalda nupcial mi sien decora;
    de sedas y diamantes busco el brillo,
    y soy feliz ahora.
    Y mi señor me brinda amor seguro;
    pero al decirme ayer cuánto me adora,
    tembló mi corazón, como al conjuro,
    de "quien cayó en la guerra", al pie del muro,
    y que es feliz ahora.
    Pero él tranquilizóme, y en mi frente
    besó la palidez que le enamora.
    Y he aquí que en un ensueño, vi presente,
    al muerto D'Elormy: -suyo, en mi frente,
    fue el beso; y suspiré ( ¡cuán dulcemente! ):
    "-¡Ah, soy feliz ahora!"
    Y si pude otorgar palabra nueva,
    así el voto juré, y aunque traidora,
    y aunque un luto de amor el alma lleva,
    ved brillar ese anillo que "me prueba"
    que soy feliz ahora.
    ¡Ah! ilumíneme Dios aquel pasado,
    pues si sueña o no sueña el alma ignora,
    y el corazón se oprime, y conturbado
    pregúntase, oh Señor, si el "Olvidado"
    será feliz ahora!
    Versión de Carlos Obligado

    ----------------------------------------------------
    A ...

    Las enramadas donde veo
    en sueños, las más variadas
    aves cantoras, son labios y son
    tus musicales palabras susurradas.

    Tus ojos, entronizados en el cielo,
    caen al fin desesperadamente
    ¡oh Dios!, en mi funérea mente
    como luz de estrellas sobre un velo.

    Oh, tu corazón... suspiro al despertar
    y duermo para soñar hasta que raya el día
    en la verdad que el oro jamás podrá comprar
    y en las bagatelas que sí podría.
    Versión de Andrés Ehrenhaus

    ----------------------------------------------------------
    A Elena

    Te vi a punto.
    Era una noche de julio,
    noche tibia y perfumada,
    noche diáfana...
    De la luna plena límpida,
    límpida como tu alma,
    descendían
    sobre el parque adormecido
    gráciles velos de plata.
    Ni una ráfaga
    el infinito silencio
    y la quietud perturbaban
    en el parque...
    Evaporaban las rosas
    los perfumes de sus almas
    para que los recogieras
    en aquella noche mágica;
    para que tú los gozases
    su último aliento exhalaban
    como en una muerte dulce,
    como en una muerte lánguida,
    y era una selva encantada,
    y era una noche divina
    llena de místicos sueños
    y claridades fantásticas.
    Toda de blanco vestida,
    toda blanca,
    sobre un ramo de violetas
    reclinada
    te veía
    y a las rosas moribundas
    y a ti, una luz tenue y diáfana
    muy suavemente
    alumbraba,
    luz de perla diluida
    en un éter de suspiros
    y de evaporadas lágrimas.
    ¿Qué hado extraño
    (¿fue ventura? ¿Fue desgracia?)
    me condujo aquella noche
    hasta el parque de las rosas
    que exhalaban
    los suspiros perfumados
    de sus almas?
    Ni una hoja
    susurraba;
    no se oía
    una pisada;
    todo mudo,
    todo en sueños,
    menos tú y yo
    -¡cuál me agito
    al unir las dos palabras! --
    menos tú y yo...De repente
    todo cambia.
    ¡Oh, el parque de los misterios!
    ¡Oh, la región encantada!
    Todo, todo,
    todo cambia.
    De la luna la luz límpida
    la luz de perla se apaga.
    El perfume de las rosas
    muere en las dormidas auras.
    Los senderos se oscurecen.
    Expiran las violas castas.
    Menos tú y yo, todo huye,
    todo muere,
    todo pasa...
    Todo se apaga y extingue
    menos tus hondas miradas.
    ¡Tus dos ojos donde arde tu alma!
    Y sólo veo entre sombras
    aquellos ojos brillantes,
    ¡oh mi amada! Todo, todo,
    todo cambia.

    De la luna la luz límpida
    la luz de perla se apaga.
    El perfume de las rosas
    muere en las dormidas auras.
    Los senderos se oscurecen.
    Expiran las violas castas.
    Menos tú y yo, todo huye,
    todo muere,
    todo pasa...

    Todo se apaga y extingue
    menos tus hondas miradas.
    ¡Tus dos ojos donde arde tu alma!
    Y sólo veo entre sombras
    aquellos ojos brillantes,
    ¡oh mi amada!
    ¿Qué tristezas irreales,
    qué tristezas extrahumanas!
    La luz tibia de esos ojos
    leyendas de amor relata.
    ¡Qué misteriosos dolores,
    qué sublimes esperanzas,
    qué mudas renunciaciones
    expresan aquellos ojos
    que en la sombra
    fijan en mí su mirada!
    Noche oscura. Ya Diana
    entre turbios nubarrones,
    lentamente,
    hundió la faz plateada,
    y tú sola
    en medio de la avenida,
    te deslizas
    irreal, mística y blanca,
    te deslizas y te alejas incorpórea
    cual fantasma...
    Sólo flotan tus miradas.
    ¡Sólo tus ojos perennes,
    tus ojos de honda mirada
    fijos quedan en mi alma!
    A través de los espacios y los tiempos,
    marcan,
    marcan mi sendero
    y no me dejan
    cual me dejó la esperanza...
    Van siguiéndome, siguiéndome
    como dos estrellas cándidas;
    cual fijas estrellas dobles
    en los cielos apareadas
    en la noche solitaria.
    Ellos solos purifican
    mi alma toda con sus rayos
    y mi corazón abrasan,
    y me prosterno ante ellos
    con adoración extática,
    y en el día
    no se ocultan
    cual se ocultó mi esperanza.
    De todas partes me siguen
    mirándome fijamente
    con sus místicas miradas....
    Misteriosas, divinales
    me persiguen sus miradas
    como dos estrellas fijas...
    como dos estrellas tristes,
    ¡como dos estrellas blancas!
    Versión de Carlos A. Torres

    ------------------------------------------------------------
    Amigos que por siempre nos dejaron...

    ¡Amigos que por siempre
    nos dejaron,

    caros amigos para siempre idos,
    fuera del Tiempo
    y fuera del Espacio!

    Para el alma nutrida de pesares,
    para el transido corazón, ”acaso".
    Edgar Allan Poe




    Obras selectas

    Cuentos

    Poesía

    • "Tamerlane" ("Tamerlane") (1827)
    • "A..." ("A...") (1827)
    • "Sueños" ("Dreams") (1827)
    • "Espíritus de los muertos" ("Spirit of the Dead") (1827)
    • "Estrella del anochecer" ("Evening Star") (1827)
    • "Un sueño" ("A Dream") (1827)
    • "El día más feliz, la hora más Feliz" ("The Happiest Day, The Happiest Hour) (1827)
    • "El lago: A ..." ("The Lake: To ...") (1827)
    • "Al Aaraaf" ("Al Aaraaf") (1829)
    • "Soneto a la Ciencia" ("Sonnet To Science") (1829)
    • "Solo" ("Alone") (1829)
    • "A Elena" ("To Helen") (1831)
    • "La ciudad en el mar" ("The City in the Sea") (1831)
    • "La durmiente" ("The Sleeper") (1831)
    • "El valle de la inquietud" ("The Valley of Unrest") (1831)
    • "Israfel" ("Israfel") (1831)
    • "El Coliseo" ("The Coliseum") (1833)
    • "A alguien en el paraíso" ("To Someone in Paradise") (1834)
    • "Himno" ("Hymn") (1835)
    • "Soneto a Zante" ("Sonnet to Zante") (1837)
    • "Balada nupcial a ..." ("Bridal Ballad to ...") (1837)
    • "El palacio encantado" (The Haunted Palace) (1839)
    • "Soneto del silencio" ("Sonnet-Silence") (1840)
    • "Lenore" ("Lenore") (1843)
    • "Tierra de sueños" ("Dream Land") (1844)
    • "El cuervo ("The Raven") (1845)
    • "Eulalie, una canción" (Eulalie, A Song") (1845)
    • "Ulalume" (1847)
    • "Un sueño en un sueño" ("A Dream Within a Dream") (1849)
    • "Annabel Lee" (1849)
    • "Las campanas" ("The Bells") (1849)
    • "A mi madre" ("To My Mother") (1849)
    Novela

    Ensayo y crítica

    • "Filosofía de la composición" ("The Philosophy of Composition") (1846)
    • "El principio poético" ("The Poetic Principle") (1848)
    • Eureka (1848)
    • "Charles Dickens"
    • "Longfellow"
    • "Hawthorne"
    • "Criptografía"
    • "Arabia pétrea"
    • Marginalia (1844-49)

    Bibliografía extraída:
    Wikipedia – Edgar Allan Poe “obras celebres” – biblioteca digital- Edgar Allan Poe “cuentos de horror y misterio” editorial Claridad, Buenos Aires, año 2005- El gato negro”Edgar Allan Poe” editorial Hyspamerica, S. A. Ediciones generales Anaya, Madrid, año 1983.
     
    #1
    Última modificación: 25 de Noviembre de 2013
  2. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    31 de Octubre de 2009
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    Muy bueno este aporte Danie. Muchas gracias.
     
    #2
  3. Aisha Baranowska

    Aisha Baranowska Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    29 de Mayo de 2012
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    Buenísimo. Gracias por compartir. Es la primera vez que leo las obras de Poe en español - las conozco del original en inglés y de traducciones al polaco también. La primera versión del ''Cuervo'' me gustó más que la otra, aunque la otra parece más fiel en el contenido, por al menos hasta la mitad - pero en la primera versión la rima es tan exquisita y las palabras tan bien seleccionadas que prefiero la primera versión. ;-)

    Saludos. :)
     
    #3
  4. Uñasrojas

    Uñasrojas Poeta recién llegado

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    30 de Agosto de 2014
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    Me encanta es mi escritor preferido creo que es único y que no habrá nadie como el.
     
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