1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

4 poemas de Manuel Vilas

Tema en 'Poetas famosos, recomendaciones de poemarios' comenzado por elena morado, 30 de Julio de 2018. Respuestas: 0 | Visitas: 1026

  1. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    22 de Septiembre de 2012
    Mensajes:
    4.965
    Me gusta recibidos:
    3.746


    FRANCIS SCOTT FITZGERALD


    Convertiste tu vida en un derrumbe prematuro.
    Y son palabras tuyas estas que ahora cito:
    “está claro que vivir consiste en hundirse poco a poco”.

    Y un veintiuno de diciembre de 1940,
    caíste muerto en el living-room del apartamento
    de Sheila Graham, en Hollywood,
    el gran favor de aquel infarto que te sacaba de la vida
    porque ya no había vida en ti,
    mil pedazos, mil cristales dorados,
    brillando sobre el suelo.

    Dime, ¿la amaste?, dime ¿te amó ella?

    ¿Dónde está Sheilah ahora, y Zelda, dónde?

    Tú, que creaste a Jay Gatsby, la criatura más resplandeciente de la vida
    e hiciste –nunca te lo perdonaremos-- que ese hombre enigmático
    se enamorara locamente de una mujer llamada Daisy,
    la mujer más egoísta de la Historia
    y la más bella y la más codiciosa del santo dinero,
    de la riqueza y de las fiestas y del champán y de los coches de lujo
    y de las mansiones y de los grandes viajes
    a la Riviera francesa, todos nuestros amigos esperándonos
    en la playa, con la copa en la mano, en veranos legendarios.

    Pero aquí estás ahora, de pie frente a mí,
    como fantasma ilustre de la gran literatura
    y por tanto de nuestro escaso saber sobre la vida,
    con tus depresiones, con tu alcoholismo, con tu expiación,
    con tu mujer, con tu amante, con tu pobreza final, con tu hija Scottie,
    pagando facturas de universidades y de médicos,
    y con tu conquista laboriosa, al fin, de la nada y de la muerte.

    Y en 1948, Zelda Fitzgerald ardió viva en el incendio
    de un Manicomio de Carolina del Norte, donde sobrevivía
    como un fantasma más entre los millones de fantasmas
    que pueblan este mundo
    del que tú ya habías, elocuentemente, desertado.

    Tu elegante y envidiable fracaso,
    tu ascensión a las nubes cristalinas
    del firmamento, tu penuria, tu caminar erguido
    hacia la destrucción,
    pero no la destrucción común a muchos hombres,
    (porque vivir es hundirse poco a poco pero no todos
    --tú lo sabías—se hunden igual),
    No la destrucción común –digo-- a miles de hombres
    y miles de mujeres,
    sino la rigurosa y lenta liturgia del derrumbe,
    su ceremonia inmemorial,
    la conciencia bajo el calor de agosto, en el Sur ardiente,
    mandorla secreta del dolor insoportable.

    Duerme, duerme en paz,
    hijo del viento último de la tarde áspera,
    de los grandes veranos de Long Island
    y de sus crepúsculos agudos.

    Te beso.

    Bésalas tú a ellas tres a cambio de mi beso,
    a Sheila,
    a Zelda,
    a Scottie,
    a la oscuridad,
    a la enfermedad
    y a la inocencia.



    MUJERES

    No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillaje y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.



    MACDONALD´S


    Estoy en el MacDonald´s de la Plaza de España de Zaragoza,
    haciendo la cola gigantesca,
    con los ojos clavados en los carteles de los precios,
    el dinero justo en la mano derecha,
    billetes arrugados.

    Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible.
    Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano
    una patata amarilla untada de ketchup muy rojo:
    Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece,
    mi hermano ciego.
    El niño está solo, no bebe,
    no le llega para la Cocacola, sólo patatas.
    Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia,
    esa soledad idéntica a la mía,
    ¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas,
    y está sentado, quieto,
    en su trono, la negritud y el niño,
    en el trono, allá, allá, en ese trono radiante.

    MacDonald´s siempre está lleno.
    Es el mejor restaurante de Zaragoza,
    una alegría despedazada nos despedaza el corazón:
    Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas,
    de pajitas, de bandejas.
    Es el mejor restaurante del mundo.
    Es un restaurante comunista.
    Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo,
    aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco,
    al lado de un cartel que dice "I´m lovin´ it".
    Tengo una bota encima de un charco
    de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota.
    Una nata blanca, despedazada.
    Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia.

    A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete
    que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro.
    Y ríen y tragan patatas fritas.
    Y yo trago patatas fritas.
    Y dos maricas están enfrente comiéndose
    la misma hamburguesa goteante,
    cada boca en un extremo, y se manchan y
    se muerden.
    Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan.
    Y se despedazan.

    En Londres, en París, en Buenos Aires,
    en Moscú, en Tokio,
    en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga,
    en Pekín, en Gijón,
    somos millones, la tarde harapienta,
    el dolor en el cerebro, la comida,
    millones en miles de subterráneos esparcidos
    por la gran tierra de los hombres.

    Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida,
    baratas las patatas.
    Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado,
    el gran hereje, el loco supremo,
    el hijo de la última mano miserable que tocó
    el monstruoso corazón del cielo.
    Si Lenin volviera, MacDonald´s sería el sitio,
    el palacio sin luna,
    el gueto de las reuniones clandestinas.

    Algo importante está sucediendo
    en este subterráneo del MacDonald´s
    de la Plaza de España de Zaragoza,
    pero no sé qué es.
    No lo sé.
    De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad:
    el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas.
    Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte.
    En MacDonald´s, allí, allí estamos.
    Carne abundante por tres euros.



    EL INMADURO

    Me pasa siempre, y duele, y confunde. Debe ser algo relacionado con la desesperación de vivir. Si estoy en Barcelona, me gustaría estar en Madrid. Si estoy en Zaragoza, me gustaría estar en La Coruña. Si estoy en La Coruña, me gustaría estar en la cima del Aneto, comiendo setas venenosas bajo el cielo helado. Si voy al cine, en mitad de la película me entran unas ganas revolucionarias de estar en mi casa viendo la televisión. Si estoy sentado en el sofá viendo la televisión, me gustaría estar muerto y enterrado en el cementerio, contando los días que faltasen para la resurrección de la carne. Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma.
     
    #1
    Última modificación: 30 de Julio de 2018

Comparte esta página