64-97 el día en que el hombre sucumbió.

64-97 el día en que el hombre sucumbió. (Parte I)

Permanecía sentado, casi inmóvil, sumido en si mismo, sonrisa gelida, mascara de tranquilidad aparente; nació para esto, impetuoso, frio e inmisericorde, a el pertenecían, el brio, la furia, el instinto, perfección armonica que solo la videncia puede entregar, en sus ojos la flama, la frialdad... la fugacidad, cicatriz mortal, recuerdo imborrable de la esencia.

A sus pies, casi anclados a su propio ser, ordas sumisas en prisión de piedra talladas, ausente estaba su voluntad, almas segadas, vacía prolongación; fortalezas, rocines salvajes, hechiceros espectrales, soldados marchantes, rodeando en horizontal esplendor la oscuridad del trono.

Posadas sobre el, dos sombras mortuorias se ergian con encanto aparente, preludio de fatalidad.
Danzas de luz y oscuridad emergian del suelo ocupando el espacio del tiempo, reclamando la tierra sagrada donde habría de sellarse el destino de la milenaria batalla.

Al otro lado, justo frente a el, la nada se ponía de manifiesto, ataudes industriales desfilaban sin albergar el latir... Lo inerte.
Engendro artificial de sierpes mecánicas, silueta amorfa desprovista de los dones del Dios. Nocturna creación luchando por despertar.

No había mano que estrechar, no habían ojos que mirar, de repente así sin más, el trance de lo inevitable muy despacio echó su andar.

H. Borja