A dimas

En realidad son viejos e ingratos recuerdos
que me vistieron en la vida.
Ninguna señal de humo pudo precaverme
de tu feroz ataque, acecino y mortífero.
Descansas ahora tranquilo en esa inútil
piedra. Diseñando el olvido e intentando
convertir el lodo en agua clara.

Cuantas veces me asome discreto en los
corredores de nuestra antigua casa.
Cuantas horas bebí intranquilo el miedo
que sepultabas en mis ojos cada vez que la
estúpida punta de tu mano destrozaba
mi alma y mi cuerpo.

Tan inútil como siempre a tu aterrador grito
de guerra. ¡Diablos! Nunca pude defenderme.
Siempre estuve de rodillas en tu frente,
inclinado con la gloriosa palabra-perdón, perdón-
Y tu acero fulminante caía en mi suplica derrota
y elaboraba marcas como soles asesinos
en los frondosos campos.

Tu retrato esta viejo. Aun conservas en tu mano
izquierda la apocalíptica historia.
En tu mano derecha llevas la paloma del perdón.
No tengo deseo de perdonarte y tampoco
razón alguna para devorar lentamente tu desgastado
corazón. Ahora tú no eres el enemigo.
El enemigo soy yo ya que no puedo cicatrizar
las marcas que tu ogra mano provoco.

​

 

Es cierto que cuando llega la paloma siempre perdona
porque representa a la paz. Te dejo estrellitas

 

Llega con fuerza el sentir de tu poema. Durísimas vivencias que el alma y el cuerpo no pueden olvidar y el corazón no puede perdonar. Lo has expresado en versos que no puede pasar desapercibidos.

Me gustó encontrarte.

Un beso y hasta pronto.