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A la vuelta de la esquina

Tema en 'Prosa: Sociopolíticos' comenzado por LinaMunar, 19 de Febrero de 2015. Respuestas: 1 | Visitas: 858

  1. LinaMunar

    LinaMunar Poeta recién llegado

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    19 de Febrero de 2015
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    La noche en que Lucía murió, pequeños granizos cayeron del cielo, no con la burda gravedad típica del hielo, sino con la misma delicadeza con la que habrían caído las plumas de una almohada al desgarrarse la funda. Parecía nieve, pero nadie se atrevió a llamarlaasí porque era imposible que nevara en el pueblo. Lanieve era algo reservado para los que vivían en otras partes del mundo. Era un lujo de aquellos que vivían en lugares bellos, lugares tranquilos, lugares dónde las pequeñas casas de madera se iluminaban con el resplandor de la chimenea, lugares dónde niñas como Lucía no se desplomaban sobre la acera con un agujero en la nuca. Tenía tan solo nueve años, se le había caído un diente el martes y cargaba consigo aquella noche los tres mil pesos que le había traído el ratón Pérez y que planeaba ahorrar para comprar el tigre de goma que había visto en la miscelánea de la esquina.


    Hacía más de un mes que el pueblo había sido “recuperado”, como bien lo había anunciado el mismo comandante el día en que entraron marchando las tropas uniformadas. Hubo clamor, el acordeón reverberó por las calles opacado solamente por las risotadas, y tres días enteros el pueblo se permitió olvidar la amargura del pasado y sumergirse en la esperanza de que solo tiempos mejores aguardaban a la vuelta de la esquina. Los soldados se instalaron allí como roblesacuya sombra se respiraba confianza. Se instalaron en las salidas, en la puerta de la iglesia, en las esquinas de la plaza.


    Pasaron los días, y la gente inevitablemente empezó a preguntarse por qué seguían allí. A veces, doña Viviana se asomaba por la ventana mientras revolvía la sopa, miraba de reojo a los soldados que jugaban cartas en la tienda de enfrente y sentía un pequeño escalofrío al encontrarlos tan similares a aquellosa quienescombatían. Miraba después a su hija Lucía jugar enlasala y suspiraba, tratando de convencerse de que todo estaría bien, ahora que estaban bajo el alaprotectoradel gobierno.


    La desconfianza no fue exclusiva de doña Viviana, poco a poco la gentedelpueblo dejó de ver alossoldados como faros de protección:de repente se parecían más a gavilanes encapotados de verde que asechaban en las esquinas en una espera lúgubre y silenciosa. Cuando la hostilidadde los habitantes del pueblohacia las tropas se hizo evidente, el comandante estableció el toque de queda, jurando que eran órdenes de más arriba y que alegarno serviría de nada. Quejarseno era una opción, el pueblo sabía bien lo que pasabacuando se desobedecía a los uniformados. ¿De qué lado? Daba igual, siquien daba las órdenescargaba un arma al cinto, entonces no había por qué abrir la boca. No se volvió a escuchar el acordeón ni el clamor de voces después de las ocho. El pueblo quedaba entonces catatónico y la única distracción para obviar el ruido de pasos afuera era la telenovela de las nueve y la película de las diez.


    A Lucía le agradaban los soldados quemontaban guardiaen la tienda de enfrente porque uno de ellos hacía trucos de magiayla niñase maravillaba cada vez queel uniformado hacía saliruna moneda de cienpesos desupequeñaoreja. Le pidió hasta el cansancio que le enseñara el truco, y finalmente el joven soldadose loenseñó. Lucía llegó a la casa dichosa. Sacó la misma moneda de lasorejasde su abuela, de su hermanito y de su mamá.Sin embargo,tan pronto se enteródequién le había enseñado el truco,su madrele prohibió volver a la tienda sola. Lucía se enfureció, peroprontoolvidó el descontento, la tarde que encontró a Jack. Era un gato blanco, con una mancha negra alrededor del ojo izquierdo semejante al parche de un pirata. Lucía recordó de inmediato la película de corsariosque habían pasadola semana pasadaen la televisión, y de allí sacó el nombre de su nueva mascota. No era un gato tierno, pero Lucía lo quiso con todo el corazón. Sus papás le permitieron quedarse con él. Después de todo, un gato en la casa no estaba demás, y soportar los pelos blancos sobre los muebles valía la pena con tal de ver la sonrisa mueca de su hija.

    Una noche en queLucía se había trasnochado enlasala viendo una película, una silueta negraquesaltó sobre la alberca llamó su atención. Era Jack. Lo vio caminar por el borde con elegancia y pegar un brinco para escurrirse por debajo de los barrotes de madera de la ventana. Temiendo que el gato no volvierajamás, Lucía corrióhastala puerta, quitó la tranca y empujó el portón tratando de no hacer ruido.Como todavía nose habíapuesto la pijama, salió a la calle con un saco blanco que había heredadode su prima –cuyas mangas se meneaban de un lado a otro–conunos pantalones rosados yconlos tenis del colegio. Sabía que estaba mal salir de noche, su mamá se lo había dejado claro aun desde antes de que llegaran los soldados, pero no se demoraría. No habría problema alguno mientras su mamá no se enterara.


    No alcanzó a doblar la esquina.


    Así como Lucía no vio al soldado en el andén, el soldado solo notó la silueta al otro lado de la calle cuando Lucía pisó un charco de agua amarillenta. El sonido del primer disparo se mezcló con el chapoteo del agua, el segundo despertó a los vecinos. El mundo se detuvo por un segundo, la bala viajó por la calle oscura, sin afán, pasó por encima de las piedras, tuvo tiempo de reflejar sobre sí la luz de la luna, cruzó el cabello suelto de la niña y se acomodó en la nuca. No hubo tiempo para sentir miedo o siquiera dolor, Lucía se desplomó al instante.


    Para cuando el granizo comenzó a caer como delicados copos de nieve, un grupo de vecinos miraba desde las ventanas cómo uno de los soldados, el que solía hacer trucos de magia frente a la tienda,levantaba el cuerpo con delicadeza y lo cargaba de la misma forma en que un padre hubiera cargado a su hija a la cama después de que esta sequedaradormida en el en frente del televisor. El disparo no había logrado despertar a Viviana o a su marido Raúl,puesde lo contrario este se hubiera abalanzado sobre el soldadodesafiando el toque de queday habría llevado a casa el cuerpo tibiode su pequeña, aunque fuera solo para ver a Lucía una vez más. Pero la pareja seguía dormida mientras los soldados limpiaban sigilosamenteel andén bajo la supervisión del comandante. Ninguna luz se prendió aquella noche, los vecinos lo vieron todo desde las ventanas, escondiendo las caras tan prontocomouno de los soldados se volteaba a mirar.


    A Lucía se la llevaron en un camión pequeño con sus tres mil pesos en el bolsillo del pantalón y los puños del saco cubriéndole las manos. Los soldados dejaron el andén más limpio que antes y no le prestaron atención al gato que cruzó a sus espaldas calle arriba. Pronto llegaría la mañana y con ella cualquier rastro del incidente desaparecería. Nadie tenía por qué saber que había existido un gato llamado Jack con un parche negro en ojo y una niña llamada Lucía que estaba ahorrando para comprar un tigre de goma en la miscelánea de la esquina.
     
    #1
    A Alonso Vicent y LIBRA8 les gusta esto.
  2. Alonso Vicent

    Alonso Vicent Poeta veterano en el portal

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    Muy bueno el relato; triste, muy triste, pero narrado estupendamente y con unos detalles dignos de un gran escritor.
    Felicidades y encantado de haberlo leído.

    Sólo reseñar que se te juntaron algunas palabras a la hora de transcribirlo… pero como eran palabras que ya conocía las pude separar mentalmente y disfrutar plenamente del relato.

    Allá va un saludo.
     
    #2

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