A lo lejos un blanco velero

A LO LEJOS UN BLANCO VELERO
Balcón en un hotel de balneario.
Cortinas recogidas y tejidas a crochet,
sometidas a los vaivenes de la brisa
de un aire playero y afrancesado
del paseo del Inglés.
En el sofá una mujer embebida
en el sueño de una tarde de verano.

Silencio y tictaqueo.
Un reloj de péndulo
cumple con la sonería
de su última campanada.
Siete y media.
En la cómoda un jarrón
inerme a la fuerza de Céfiro.

Brusco hálito de aire.
Despliegue de pétalos y cristales.
Letargo interrumpido de una mujer
que se consume en el momento final
de su existencia.

Silencio roto por un viento
que desordena las hojas manidas
de una agenda que no fue abierta al azar.
En mayúsculas “VISITA DE MI HIJA”.

Alguien llama a la puerta.
Silencio. Es tarde. Nadie contesta.

Afuera, en Niza, la vida sigue
y un blanco velero
navega a ochenta nudos
con la fuerza de la tramontana.

 

Waoo Usue, qué ambiente más pijo. Nada menos que un hotelito frente al Paseo del Inglés ¿No estarás hablando de forma figurada sobre Donosti? Aunque no esté sobre el Mediterráneo, también tuvo ese aire internacional y nunca ha dejado de ser una playa de ambiente burgués. De todos modos, el velero al que aludes en la última estrofa no creo que toque ni as olas, porque 80 nudos son fuerza 12, es decir, más de 142 kilómetros por hora. En esas condiciones, yo tampoco abriría la puerta. Ni las ventanas. Te mando un beso. Luis