A mi sombra

Aquí, con la arena vibrando en mis pies,
viendo el mar, al fin, escuché su latir;
apenas arribo y ya debo partir
¡Mi Dios! Acurruca mi alma otra vez.

Naufragué, lo sé, por la azul soledad
apenas mojando mi suave palmo
del océano salado y calmo,
anclado a su incierta y cómoda crueldad

que uñas devora. Y así, la playa,
la brisa, sus rocas, a donde vaya
a parar, me obsequiarán su obscuridad.

Entonces mi sombra bien encantada,
sintiendo la tarde y olas sin edad,
dirá que fue, igual, acariciada.

 

Gracias, Eban. Me ha costado uñas...
Navegué más en los terceros, debía acoplar el escenario de la sombra, que fue la imagen que me hizo escribir el poema.
Empatía absoluta incluso con lo que no podemos entender.
Abrazo. Seguimos aprendiendo.

 

Bello poema, González, donde tu sombra es acaricida por las olas del mar, un placer la lectura, saludos cordiales, Alberto.

 

También la acaricia la oscuridad, quien mejor la entiende.