A Nyx, la de primitivos ojos y cantos órficos.

I Nostalgia.

A mi piel desnuda le cayó la noche en la que el cielo tenía impregnado a Astrea, hija de Temis, la de aureola brillante y ojos leales.

Aquella noche; Nyx, se percató de que a mi alma le faltaba embonar con aquella luna llena, faltaba exaltarla, adorarla. A mi diosa le gustaba que le relatara mis idilios, de ésta u otras vidas, pero rotundamente los que más le embelesaban eran los amores de vidas pasadas, así que al instante y como le es de costumbre, me lanzó a mi queridísimo Neptuno para que me ahogase en mares de recuerdos.
-"Amor hundido, ahogado,
vivió y murió por ti,
amor querido, amor eterno,
cándido, imponente."
Aquellas fueron las palabras de Poseidón, dios de todo mar, hijo de Rea y el tercero de los doce.

Ya era costumbre atender a aquellos divinos y complejos versos expresados por alguna de las deidades, versos de los que a mí, me tocaba deshilar cada metáfora para predecir acerca de a quién iría dirigida mi lírica esa noche.
Entre olas de espuma y gamas azules, pude descifrar que mi poesía de aquella noche sería para aquel al que tanto me dañó liberar, aquel con ojos de Holisa y corazón inocente, mágica sonrisa.
Amor inocente, hiriente y sensual,
el que me tocó el cuerpo por vez primera, el que me tocó el alma por vez primera,
A mi velo predilecto, a mis ojos de lirio, a mi vida perdida...
¿Sabías tú? que nunca nadie tomó mi corazón con tanta bondad como tus manos mismas, que nunca nadie mis labios besó con flama tan viviente como la que tu cuerpo desprendía al posarme sobre ti, como la que tu alma desvivía por tenerme ya en nuestros últimos días... ¡¿sabías tú?!
Nuestros últimos días, oh, nuestros últimos días... días de antaño, días de infierno; justo como eludíamos terminar.

Mis manos en tu cuerpo se volvían invierno, cuando antiguamente se volvían primavera.
Mis pies al caminar se volvían cristales rojos, cuando antiguamente se volvían blancas nubes, frágiles y blancas nubes.
Mis labios carmín se volvían desconocidos para los tuyos y mi corazón, misterioso y exótico a tu alma, cuando antiguamente sentías estar en casa, me sentías viva y me sentías integra... antes de esos malditos y detestables días, en los que Eros gozó de abandonarnos, ¿recuerdas tú, amor?
He de acordarme de ti como de ningún otro, he de sentir tu destello insensato sobre mis pupilas cada vez que en sueños tocas mi puerta, entras, admiras nuestros pétalos y luego huyes.
Es tan efímero el tiempo que te tengo junto a mí, mi cálido amor de ensueño.

Amado mío,
¿fuimos espejismo o somos inmortales? Pregunta habitual para tan gastado corazón mío, ¿lo crees?¿nos crees?
He de recordarte que quien te escribe ahora te escribe frívola, te ve pausado y te besa fingido, amor ficticio y desleal.
He de recordarte también, que de ti hay cartas rosadas y amarillas, que a ti, mi bella Afrodita y yo te recordamos esporádicamente, pues han pasado dos inviernos ya desde aquella tu partida.
¡Oh aquella tu partida! fugaz y pesarosa partida.

Aquellas fueron mis palabras para la deidad presente aquella noche, y como le es usual, sencillamente agradeció y se retiró a encontrarse con Perséfone, la obligada entre tinieblas.
Dejándome nostálgica y llorando, aquella noche estrellada fue, una bella manera de recordar a uno de esos gratos días de invierno, que a la vez, en tu boca amor, se volvieron infierno.

 

¡¡¡Sublime¡¡¡ Felicitación.