A Perez-Reverte

LA PASAJERA DE SAN CARLOS
(Final alternativo)


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a Pérez-Reverte​

Mientras más nos adentrábamos en el mar, el olor del horizonte y a mar profundo se interrumpía con una sensación de arrogancia y una gran tensión. Aquel hombre flaco, bien vestido, que casi ni hablaba, estaba mostrando sus intenciones. Tiró la cola del cigarro por la borda y dio media vuelta, la tomó de la mano fuerte y caminaron al cómodo interior del San Carlos.

El sol se ponía lentamente y daba la sensación de ver burbujas saliendo del mar sin mencionar la infinidad de colores que esta fusión creaba. Sin duda es la mejor recompensa que tenemos los marinos, y creo que es lo que mantenía tanto tiempo mis manos bajo el timón. Ella cada vez que podía se acercaba a las barandas del barco sólo a peinarse con el viento y a mirar la casi infinita línea de espuma que dejaba el San Carlos.

La relación entre ellos no se veía muy estable y en ciertos momentos Martín y yo nos preguntábamos como era que estaban casados, la comunicación entre ellos era más gestual que hablada, o eso era lo que más se notaba mientras estaban entre la gente, él tenía un carácter muy fuerte, el cual la opacaba, y a veces la aterrorizaba.

No me gustaba mucho hablar del tema con Martín porque sabía que estaba enamorado de ella y estaba dolido, Martín cuando me comentaba algo lo hacía con temor porque ya lo había amenazado para que no siguiera ilusionándose. Yo era el responsable y no podía permitir que hiciera algo estúpido.

Se dice que las mujeres y los barcos no son de buena suerte, pero había que destacar que ella era especial, no pasaba desapercibida, cada movimiento suyo era casi planificado, y la cabellera de oro, con el viento, recreaba la fuerza de las olas golpeando al San Carlos.

Martín se veía nervioso no podía ocultar sus sentimientos hacia esa hermosa mujer, de vez en cuando hacia un sonido con sus dientes como lamentándose, sentimientos que no se ocultan fácilmente cuando se es un joven y se está enamorado.

Me preocupaba por mantenerlo lo más ocupado dentro de la medida de lo posible porque sabía que si le daba tiempo para pensar no sería difícil adivinar que pensaba.

Además si pensaba sólo se atormentaría más, estaría pensando una y otra vez en lo que nunca pasó y probablemente nunca pasaría. Ella era inalcanzable para Martín y seguramente eso era lo que más le atraía…

Ella estaba como un ave en una jaula, era una ironía ser tan hermosa, atractiva, tener las alas de la libertad, y quedarse a mirar el cielo desde ahí. Esa noche él la abandonó como cualquier otro día y se fue al bar del San Carlos, sacó uno de sus cigarros y antes de sentarse en la barra, Omar estaba sirviéndole un Martini de los que tanto le gustaban.

Le dije a Martín que podía comenzar su guardia. Sin pensarlo dos veces bajo las escaleras y recorrió todo el barco con ansias de encontrarse a la causante de su dolencia. Sin duda yo lo sabía.

Ella estaba sentada frente a una ventana del San Carlos con su libro en la mano, su único compañero, Martín no pudo evitar acercarse a su amada, sin importarle que yo lo notara, no le quedaría otra alternativa que confrontarme, y dejarlo todo al destino… del destino nadie se puede escapar.

Ella tan llena de vacíos, tan sumisa, tan triste, lo miró y sin decir una palabra se entregó a los brazos de Martín, la única persona que se había dado cuenta de su soledad.

Por primera vez desobedecían una regla en mi barco, pero decidí que debía dejar que Martín lo hiciera porque sentí que me lo pedía a gritos, una petición que no podía ignorar a pesar de que mi conciencia me contrariara.

Alguien arruinó el momento: el esposo, con la franela por fuera, despeinado, y tambaleándose, obviamente con más de un Martini encima, salió a buscarla gritando y alarmando a todos.

Cuando los encontró, en sus ojos no había otra expresión que no fuera de rabia de sed de venganza. Pasó su mano por detrás de su espalda y sacó su pistola, la que sabía que no dudaría en usar. Apuntó a Martín y luego a ella, Martín trató de abrazarla pero fue demasiado tarde, una bala en su pecho ya le estaba quitando la vida. Martín no creía lo que estaba viendo.

Toda la tripulación del barco corrió hasta el lugar, cuando levantó el arma de nuevo, corrí hacia mi gaveta junto al timón y tomé mi revolver. Se escuchó otro disparo, imagine lo peor, cuando volví la mirada estaban los dos cuerpos: ella y su esposo.

Luis Portal​

 

Muy lindo tu escrito.
Una historia un poco dramática, pero entretenida.
Es una lástima la falta de algunas comas o puntos que hacen mas difícil la lectura,
al igual que algunas faltas ortográficas.
Pero por lo demás, felicitaciones!
Me gustó mucho!
Saludos

-Solcito.-

 

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