Acento (I) Con perdon.

Qué hice mal.
Por qué me arrinconáis
si el acento olvido
o no se ponerlo..
Por qué esa cadencia cumple
la función de la corbata:
si voy sin ella soy un impresentable.
Si la llevo puesta la armonía
hasta puede ser duda y los
bolsillos quizás estén vacios,
pero la apariencia se salvó.
Otra cosa es ir sin corbata y… sin chaqueta,
sin afeitar y sin pasar por las cascadas del agua
y no llevar cierta marcialidad en el andar.

Acento, acento, que me llenas de ansiedad
como si algo hiciera mal por un momento
y aun así y de verdad comprendo
que no esta bien decir que más da.

Más bien será la humildad de confesarlo
aunque lo mío parezca una protesta
más a Gabo me remito en su función
que tuvo en confesarlo, actitud modesta.

Que hice mal que a mi verso se le fue el lustre, el resplandor,
como si una rosa naciera sin espinas, sin pétalos.
Vaya por Dios. Se me olvidó la tilde.
Que nombre tan pomposo para una danzarina de las letras
que se va entre caídas y sonidos como necesarias
costumbres para seguir sobreviviendo.

Os prometo que iré por costumbre.
De lo siempre bien dicho a los arcanos iré
para dar con fuerzas y propósito relumbre
a una costumbre que siempre olvidé.

Meteré al acento en mi cama
Y allí buscaré su complicidad
Mas si ella intención no tiene ni me ama
os prometo que todo esto dejaré.

Pero sigo con el mismo devenir intransigente
de ese trazo preclaro que se erige
en certeza de cumplidas normas literarias.
Hermosura como un toque final de colonia
para dejar las pieles de la letras en su impronta necesaria.