Adiós...

Como alcohol queman las lágrimas mis ojos.
Y el sonido del reloj rompe mis tímpanos lentamente.
Tic, tac, tic, tac…Muy lentamente.
Ese horrible pensamiento me acaricia, besa mi voluntad en un gesto que convence.
Imágenes del antes, durante y después se suceden en dramáticas viñetas que enfrían el aire.
Mi respiración compite con la lentitud de los segundos apurándolos; cambiando el tiempo.
Secuestro el alma a la tristeza y violo mi alegría mientras la nicotina amarillea mis dedos.
Y de nuevo ese tic, tac, tic, tac…Muy lentamente.
Me abrazo a ti, querido yo, y vuelvo a sentirte como antes.
Siento que te quiero, inigualable mitad, como jamás sentí quererte antes.
Y me reconcilio contigo en el adiós definitivo.
Tic, tac, tic, tac…Muy lentamente.
No duele; no más que la agonía asesinando mi conciencia…
He regalado a mi cuerpo una sobredosis de paz y c0ndenado a mi muerte a cadena perpetua.
Escucho, esta vez a lo lejos, el sonido del reloj…Tic, tac, tic, tac. Muy lentamente.
(pero ya no roba mi tiempo; sólo el tiempo)

No me asfixia el arrepentimiento ni golpea mi mente la insistente culpa que vivió en mí y de mí.
El miedo se ha escapado sin despedirse y veo cómo se aleja dejando un rastro de reproches incontestados e incontestables.
Me cubre el aliento de la indiferencia y me cobijo a los pies de la tranquilidad…esa eterna desconocida…
Todo empieza de nuevo con la muerte de todo lo que se derrite, desvanece, muere…
Me despierta mi querido yo, mi mitad inigualable.


Pero ya no oigo el sonido del reloj…