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Al Filo (Parte 1)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Christian Jiménez, 26 de Octubre de 2015. Respuestas: 2 | Visitas: 887

  1. Christian Jiménez

    Christian Jiménez Poeta recién llegado

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    Sara reposaba tras la dura disputa sobre las puertas del Peugeot. Ya no respiraba del mismo modo que hacía diez años atrás. El sofoco que le estaba provocando el asma llenaba sus pulmones, pero lo único que tenía que hacer era calmarse y reflexionar, respirar profundamente, mirar al cielo…

    Aquel cielo estrellado de 1.989 que pronto se iluminaría con las primeras luces del alba anunciando un frío viernes, 13 de octubre. Un día que para todas las personas había resultado igual que los otros trescientos sesenta y cuatro, pero para ella significó algo. El principio de algo que llevaba esperando mucho tiempo. “Nada puede empezar si no se acaba antes con algo”, recordaba en su cabeza las palabras de su ya fallecido padre. Cristalero de profesión, a la edad de 75 años se lo llevó el mundo, “¿para qué?…para yacer bajo un montón de tierra y una piedra cuadrada con su nombre”, solía decir también ella.

    Pero ahora era el momento presente lo que contaba. El estar en mitad de aquel descampado, con las estrellas por encima de su cabeza deshaciéndose ante los brillantes, tempranos y anaranjados destellos del Sol. Le dolían las manos tras aquella pelea, pero disimulaba muy bien el dolor, como siempre había hecho. Sacó de su pantalón vaquero, algo teñido por marrones lamparones de tierra y rojas salpicaduras de sangre, un paquete de cigarrillos Fortuna, su marca favorita. Encendió aquel humeante “enviado de la Muerte” y se lo llevó a la boca, aspirando la humareda, que pronto se le deslizó con mucha suavidad hasta los pulmones. Entonces esperó unos segundos, abrió la puerta y sacó del compartimiento una vieja camiseta blanca que ya sólo se conservaba para limpiar.

    En la parte frontal aparecía dibujada la portada del álbum “THE BROADSWORD AND THE BEAST”. Con ella se retiró algunas gotas de sangre que todavía le resbalaban por la frente. “Que hijo de la gran puta”, le dio por pensar. ¿Pero ya qué más daba?, ya había acabado todo.

    —Joder—farfulló, quejándose de aquel maldito humo que hacía que su fatiga creciese por momentos.

    ¿Por qué no, coño?”, reflexionaba mirando el tabaco, aún sin acabarse. La última calada que daba…y lo tiró al terroso y polvoriento suelo, pisándolo posteriormente con la punta de su bota de cuero negro. Dejó la sucia prenda sobre el asiento del copiloto y, decidida, fue a la parte de atrás de su vehículo. Antes de abrir el maletero, del bolsillo trasero de los tejanos sacó un coletero. Con destreza, manipulando su brillante, lacio y rubio cabello, se lo dejó bien recogido entre aquel elastómero de color negro. Se sacudió un poco las manos en sus pantalones y en su camiseta de tirantes blanca, que también se distinguía bien ensuciada de tierra y sangre. Sin vacilar más, se dispuso a abrir.

    Lo que parecía un cuerpo humano, cubierto por unas tiras de papel blanco y unas bolsas de plástico, descansaba sin vida en aquel cubículo metálico. El olor era repugnante, pero Sara no sabía el porqué de lo poco que le incomodaba aquella hediondez. “¿Cuándo estaba vivo, o ahora, que está muerto?…a mí me huele igual”, deliberó. Con todas sus fuerzas, que nunca en su vida le habían faltado, agarró aquel cadáver por los pies y lo sacó del refugio. Tirando…tirando…consiguió que quedase sobre la tierra. Faltó poco para que ella también cayera al suelo con él, pero se incorporó sin problemas.

    Parecía mentira que con lo frágil que aparentaba ser esa joven mujer—aunque ella se viera mayor—, lo delgados que se le veían los brazos y su baja estatura, hubiese hecho un trabajo como aquel.

    No, nadie lo hubiese imaginado nunca. No era para sentirse demasiado triunfal, pero aquel momento lo estaba viviendo ella y nadie más. Un momento que, sin duda, le gustaría que se pudiera repetir. Mientras sacaba una pala también del maletero, comenzaba a considerar de nuevo: “Unos se sienten orgullosos cuando ganan un Óscar, otros cuando son aplaudidos por miles de fans en un concierto, otros cuando se casan…yo voy a estarlo, porque estoy a punto de enterrar al cabrón de mi ex-marido para no tener que verle nunca más”. Sí…aquel era su triunfo, su éxito, su victoria. Pero no sólo por aquella hazaña, sino porque en el interior del coche, bajo el asiento del copiloto, yacía una bolsa azul grande con una cantidad cercana a los treinta millones de pesetas.

    30.011.930 pesetas, sin faltar una coma…Sara había tenido tiempo para contarlo todo. Aquello no sólo era un triunfo, era su vida, la de su hijo, la de su hija y, si se empeñaba, la de sus nietos, resuelta. Le daba por pensar en ellos. Miguel era el mayor, de dieciocho años recién cumplidos, y seguro que ella, ahora, iba a tener dinero para comprarle algo. María era su pequeña, de catorce años; casi tan rubia como ella, pero era más alta, si bien su estatura era muy difícil de superar. Cómo le costó conseguir ese dinero para ellos…y solamente ellos podrían saborearlo.

    Él no. No pudo, no tuvo tiempo de nada, ni siquiera de olerlo. En ese momento eran gotas de espeso sudor lo que se le deslizaba por la frente, al haber estado cavando durante unos cuantos minutos. El Sol ya empezaba a bañarlo todo con un apacible color entre rojizo y amarillo. A un lado todavía se apreciaba esa noche que no se había marchado del todo. Luz y oscuridad, un antes y un después, un álgido relente que se estaba transformando en agradable rocío y una suave brisa movían el pelo de Sara. No tenía frío, a pesar de la fecha que transcurría. ¿Cómo tenerlo después de haber estado despidiendo tanta adrenalina? Como si estuviese en mitad del Polo Norte; ella sentía un ardor interior que exterminaba todo el frío exterior.

    Contempló un momento el fastuoso paisaje: las montañas al fondo, frente a ella; y, a su espalda, prácticamente lo mismo, campos y campos de colores pajizos.

    Suspiró, se llenó los pulmones con aire de verdad. Podía hacerlo tranquila, porque, ¿quién narices se lo iba a impedir? Rememoraba la pistola apretada contra la sien de Sergio, la violenta disputa, la huida…todo aquello pasó, pero pasó y ya está. Seguro que ella no se iba a molestar en recordar aquel momento pretérito, sino que, por siempre, recordaría el futuro que le esperaba...
     
    #1
  2. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Me ha gustado el relato, aunque noto dos puntos flojos: que con 30 millones de pesetas pudiera estar el futuro de dos hijos, e incluso nietos, resuelto, aunque fuera el año 1989; y que en unos minutos uno cave la suficiente profundidad como para enterrar a alguien. Yo he trabajado a pico y pala y te aseguro que en minutos no se hace.

    Por lo demás, como ya te he dicho, me ha gustado el relato.

    Saludos cordiales.
     
    #2
    Última modificación: 26 de Octubre de 2015
  3. Christian Jiménez

    Christian Jiménez Poeta recién llegado

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    Cosas en las que no presté mucha atención cuando las escribí, fíjate.......pero gracias. Eso me sirve para saber que no tengo que cometer errores de ese tipo de nuevo.
     
    #3

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