Alegría del alma

Alegría del alma​

¿Qué puede hacer que el ser humano sufra la añoranza del objeto del deseo y la pasión, qué puede hacer que la piel se convierta en el más grande de todos los sentidos, que los labios insaciables busquen la boca del amante para por fin encontrar calma, que una mirada profunda se convierta en una radiografía que esculca el alma?

La respuesta no es sencilla, pero se asemeja a las nobles pasiones humanas, a la más hermosa, sublime e indescifrable, a la más lasciva, a la más sensible y delicada... al amor.

Para algunos, un sentimiento que mueve o destruye, que moviliza o paraliza, que produce carcajadas o llanto, que duele por la ausencia o empalaga por la intensidad, que salta como una liebre de la pasión al desdén, de la más dulce de las palabras al más cortante de los silencios.

Qué puede hacer que el pecho se convierta en un volcán sin salida, cuya lava inunda la mente y la nubla, inunda el corazón y causa arritmias, inunda la garganta con el palpitar de todos los sentidos, inunda el vientre con fuego, inunda de erotismo la sexualidad del ser humano y la vida misma.

Y así, sin siquiera buscarlo, sin rimel, peinados fantásticos o sensuales tacones, en medio del ambiente tembloroso y los pies húmedos por el frío y la soledad, arropados por sus calcetines favoritos, llegó él, sin que su mirada, sus manos o su abrazo la tocaran, con tan sólo la caricia de sus envolventes palabras hizo que el elixir del amor brotara de su pecho, como un volcán a punto de estallar, como el más fuerte de los temblores, en medio del paisaje en calma, en medio del verdor y la aparente belleza del ambiente huérfano que la rodeaba.

Cómo es que simples palabras atraviesan el alma y se anidan en ella, así sean verdades, así sean mentiras, llegan, se quedan y a larga corroen cada una de las fibras del ser.

Desde ese momento se impregnó en su piel, cada palabra, cada pensamiento, cada insaciable deseo, cada locura la rodeó y sin siquiera tocarla ya la había amado una y mil veces.

El viento azotaba las ramas secas que caracterizan a los árboles en el otoño, uno tras otro adornaba la calle en donde ella vivía, el color pálido de la vegetación hacía juego con el ladrillo pulido de la casa, un recinto de dos pisos de tamaño ideal, la entrada resaltaba por el inusual color rojo de la puerta, sin embargo para quienes son conocedores del diseño, no sólo representa pasión sino también la bienvenida a los visitantes.

La puerta estaba enmarcada por molduras blancas y precisas, en medio: una flor la adornaba, todo muy característico de su romántica personalidad. La decoración interior era exquisita como su piel, blanca, limpia y precisa, reflejaba calma y organización como sus palabras, olía a frescura como su cabello y en el aire, casi se podía saborear la dulzura y la indomable profundidad de su mirada. Desde la entrada le vestían alfombras blancas y suaves, un poco despeinadas como las locuras que cruzaban por su cabeza. El blanco que cubría las paredes no escondía el rojo intenso de su alma.

Y era en su alma en donde cabían tantas alegrías como tristezas, una mezcla un poco desigual de todas formas…