Algo como tres poemas a ella

I
Llega el sol, las margaritas,
la vida que pesaba adentro pasa afuera,
la gente con brotes de amor se habla a los ojos
y los cercos, y los nosotros son una guerra de manos apretadas.

Quizá quise decirte primeramente que somos un exilio,
que ahí, lejos, estaremos cerca,
en un Japón de palabras, en un ojo izquierdo cerrado,
en el pulgar de un sol derecho hacia arriba, muy, muy arriba.

II
Los hijos son corazones que bailan,
que son soberbios coloquios antisoledad,
ellos juntos, sean nuestros o no sean nuestros,
formaran el caracol para morirnos lentos, muy, muy lentos.

Y si el dolor, porque el dolor a veces es muy malo,
nos aprieta tanto, que nos liquida virgen,
entonces, en el renacer inoportuno, volveré a tu sombra
y como raíz, o como hoja, regaré tus ilusiones,
para que la batalla, para que crecer nos sea quizás otra vez mezquino, pero juntos.

III
Si enferman mis versos, aléjate.

Siempre tiran piedras, los que fuman,
hay tanta tos, que gritar es un silencio de cariño real.
Ahí te dije que tus ojos lo dicen todo al mirar,
que hace tanto que no te veo que mi miedo es que aprendas sola a caminar.

Te pedí paz, lanzándote toda artillería posible de cinismo,
te pedí un tiempo distinto, sin flores, sin caramelos ni chocolates,
te pedí romper mil cadenas para que libres se aten las memorias,
y los viajes, y las promesas se rompan para preguntarnos tan simples:
Hola, ¿qué tal estás? ¿Necesitas algo?