Algo de un cinismo sin sombra

Dime, soledad mía, por qué mis versos sin rostro
te son tan sonoros,
dime porque hacen eco en tu pecho y dan polvos, susurros,
salvajismo respetuoso en nuestra almohada.
Dime, soledad mía, porque tu no recibes nada nuevo,
porque hay tanto miedo a los seres inquietos,
porque guardamos bajo el mismo techo,
las mismas puertas, las mismas ventanas cerradas.
Dime, soledad mía, de qué tanto te espantas,
qué milagro esperas destrozar,
yo no se si tiemblas al desgarrarme
o si es que te gusta desnudarme entre sueños.

Ay, soledad mía, conversamos tanto de lo bello, de lo feo,
nos reímos de los harapos y de los gordos que rodan sin freno.
Ay, soledad mía, que se desgraven las rosas al tocarnos,
que los ríos se unan todos en una sola sonrisa,
que ella no use más encaje, que a ella, la danza, el fuego y las calles
le sean esquivas, al menos un día, al menos una vida.

Dime, soledad mía, porque nadie habla nuestro idioma,
qué hicimos, dónde fuimos creados,
no son nuestras voces validas en un ataúd,
no son los largos silencios los que inspiran a los artistas.
Yo me antojo mucho, yo te sufro mucho,
calcé mis versos con una metafísica sin medias,
oprimí tanto el corazón que de mi solo salieron mentiras.

Qué estúpido es adornar la poesía, soledad mía.

 

Buen versar para reclamar a esa soledad que agovia
Buenos dias.

 

Excelencia, divinidad de trabajo magnífico.