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Amanecer (II)

Tema en 'Odas y Cantos' comenzado por Littera, 20 de Febrero de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 1039

  1. Littera

    Littera Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    4 de Enero de 2011
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    Género:
    Hombre
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    Ínfimos son los ruidos que desmienten
    del cosmos la quietud algodonosa,
    y ya ni se perciben ni se sienten
    en instante de paz tan deliciosa
    abisales heraldos que cruenten
    con centella malévola y furiosa
    el uniforme pulso de los cielos
    surcados de elegantes falcinelos.

    Cobran los mil y un piélagos de estratos
    pintas bermejas y visajes rojos,
    luciendo por adarmes más boatos
    que el abanico de esplendentes ojos
    del ave recipiente de los tratos
    de aquella ante quien póstranse de hinojos
    los omniscientes e inmortales dioses,
    redimidos de asfixias y de acoses.

    Mas sin embargo no se relacionan
    de mi pecho los rábidos latidos
    con aqueste sosiego que perdonan
    los aquilones fieros y buidos,
    que de Vulcano anhelan y ambicionan
    las fraguas en que asaz enfebrecidos
    los gigantes laboran sin descanso
    más que el semblante lo sostengan manso;

    sea porque en la escarpa descubierta
    desde la que despeño mis suspiros
    no una mano fecundan fría y yerta,
    esclava del dolor y de sus giros,
    mas una que de médanos desierta
    y colmada de fúlgidos zafiros
    con la tuya por rica compañía
    aguarda la explosión del nuevo día.

    Así, mientras navego tu cintura
    y hago que de los dedos cada yema
    se deleite en elipses de hermosura,
    nada hay que el ánima recele o tema
    ni hay en su amor resquicio o hendidura,
    conque tan sólo improbidad extrema
    evitará que en el dorado instante
    contigo fúndase mi ser vibrante.

    Lentos corren y avanzan los segundos,
    su cese en lo que pueden dilatando
    y no por ello acaso verecundos,
    pues es difícil huellas ir sumando
    como tus niñas, vueltas dos corundos,
    destellen ráfagas de fuego blando
    e inunden del espacio las alcobas
    de la femínea gracia con que arrobas.

    Pero está en nuestro bien y en nuestra suerte,
    ¡oh Calíope altísona y querida!,
    que den en las quijadas de la muerte,
    auspiciando su pérdida y su ida
    del astro soberano, rubio y fuerte
    la esperada y signífera salida
    que valdrá de testigo a la promesa
    en mis labios por grande tiempo presa.

    Ya se columbra el mágico momento
    en que habrá de bañarse cada gramo
    del infinito y casto firmamento
    en luz que bermellón corriente llamo;
    ya se gesta el glorioso nacimiento
    del Sol con su rumbático rebramo
    y, a compás, nuestro vínculo y enlace
    a salvo de cualquier negror tenace.
     
    #1

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