Amparo.

Burbujas de solidaridad, acompañan al Medievo.
Luego, renacentistas. Junto a Teresa de Jesús.
Y los coros de canto polifónico, de Tomás Luis de Victoria.
Hubo ratas en Europa, portadoras de la peste negra. Muchos fueron los mártires anónimos.


Burbujas en el Champagne francés, en el cava catalán, y en la sidra asturiana.


En la cerveza negra, roja o rubia.
Se expanden y se contraen.
Universos lindos y rústicos. Campechanos.
Estrellas entrelazadas en constelaciones. Mundos divididos en naciones. Civilizaciones.


Un espacio infinito, en el que proliferan los creadores, que laten, como un corazón.





Y de repente, tú.
En esa sopa caliente. Navideña.
O en la chocolatada de bienvenida, a la comunidad cristiana.
Estás presente en el azúcar moreno. O en los cubitos de posos de caldo deshidradado, que dan sabor.


Mucho sabor, si los muerdes. Eres un águila romana. Una oveja de Israel.


Un asno salvaje musulmán.
Un dragón alado chino.
Una serpiente antigua, australiana.
Una madre que se enrosca sobre el porvenir...


Y desapareces, por el horizonte. Dentro de una burbuja, que es tu manifestación.