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Aprendizaje

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Flor de agosto, 29 de Septiembre de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 304

  1. Flor de agosto

    Flor de agosto Poeta que considera el portal su segunda casa

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    He descubierto que soy un alma atrapada en un cuerpo. Esto que ves no es quien soy. Vengo de otro lugar y de otro tiempo; y te conozco desde hace mucho, mucho tiempo. ¿Me recuérdas? Nací con el pelo negro y rizo. Llevo años imaginando que todos los días es mi último día. Pasa el tiempo, crezco y me sorprendo. Mi cabello se ha tornado más fino y poco a poco va plateando con el paso de los años. Mi piel se va arrugando, y mi corazón se ha ablandado como si fuese arcilla amoldando a las costumbres humanas para poder entender este cuerpo que se ha desarrollado en los últimos tantos años. Siento emociones que me ayudan a entender que vivir en estos cuerpos sin recordar la conciencia creadora hace la faena de aprendizaje muy difícil.

    Recuerdo ser luz y energía. Recuerdo ser tú, y tú eras yo. Y todos éramos uno. ¿Qué paso? Me preguntas... Pues, es que han sido tantas cosas las que han pasado... No sé cómo llegue aquí, pero me cuentan que llegue un 26 de agosto de 1965 del calendario gregoriano. En realidad, no recuerdo nada. La nave, entiendo, fue el útero de mi madre terrestre. Allí viví unos nueve meses donde mi alma, igual como las mariposas se transforman, se transformó de alma a cuerpo, y entonces nací. Cuando llegué, era yo muy diminuta, tierna y pequeñita, necesitando el cuidado intensivo de quien es mi madre. También goce del amor de un padre; y al llegar, ya habitaba en ese núcleo familiar otro ser como yo, una hermana.

    Al comienzo de mi experiencia humana, en verdad me sentía como si fuese loca. Desde siempre recuerdo preguntarme el porqué de mi existencia. Como si no mereciera estar aquí o como si no mereciera mi condición humana. Recuerdo sentir tanto amor por mis seres cercanos, era un amor muy profundo. Por mi madre y mi padre sentía yo una necesidad inhumana de permanecer en ellos y con ellos. Tal parece que, en algún rincón de mi ser, recordaba ese amor infinito que me creó, y todos los seres en el grupo familiar se fueron convirtiendo en seres de gran importancia para mí, y fueron ellos quien conformaron la persona que se desarrolló dentro del cuerpo en donde habita mi alma.

    Con el tiempo, descubrí el miedo a las experiencias terrenales; desde lo más sencillo, hasta lo que me pareció eran emociones complicadas. Desde el nacer hasta el morir, todos ellos participaron en mi vida, y de algún modo continúan participando. Sin estar, están. Es lo más interesante de la experiencia en este cuerpo. Todo aquel con quien uno se pone en contacto de forma familiar le regala a uno, no solo su amor sino, todos sus miedos, todas sus creencias, y sus prejuicios y toma años deshacerse de tendencias anti creativas. Pienso que no tanto para mi generación, pero para las anteriores habrá sido un suplicio admitir un cambio de parecer que no coincidiera con el resto de la población inmediata. Para algunos, está documentado, cuestionar las ideas de la época les costó su vida. Para los seres en mi espacio de vida, lo difícil es poder encontrar los ojos del alma, cerrar los ojos humanos y mirar con el corazón. Este ejercicio me lo reveló un americano joven, sordomudo. Recuerdo que lo conocí en mi adolescencia, y jamás lo olvidaré. Lo que no recuerdo es como lo entendí. Pero sí recuerdo mirar sus ojos claros y pensar que era medio raro (por lo de que era sordomudo y ya le ofrecí mi prejuicio sin siquiera conocerlo). Aun así, recibí su mensaje. “Abrir los ojos del alma es algo tan delicado como el proceso del capullo de una rosa cuando comienza a abrir sus pétalos para mostrar su belleza y perfumar su espacio”. Ese fue su mensaje.

    He tenido la fortuna de tener en mi vida mucho amor, y a pesar de las inquietudes con las que llegué a este mundo, ese amor siempre anda conmigo. De los amores más profundos que he sentido, ha sido el de mi abuela. Una mujer de una energía increíble; energía que solo a estas alturas comienzo a comprender. Recuerdo en mi infancia que era una mujer gorda y a veces la creía yo muy áspera. Si me abrazaba, me apretaba tan fuerte que yo pensaba explotaría. Si me besaba, me mordía. Su intensidad se traducía en todo lo que hacía, por lo menos esa era mi percepción de ella. Mi abuela ha sido la persona más intensa y pasional que he conocido en toda mi vida.

    De mis más preciados recuerdos comparto cuando tenía yo unos siete años. Con frecuencia visitábamos a mis abuelos a su casa. Vivían en un campo de un barrio en Puerto Rico que se llamaba "El Cuco". El nombre del sitio me aterraba y me daba pavor ir a visitar con solo pensar que un cuco me comería. Solíamos quedarnos mi hermana y yo, no siempre, pero a menudo. La casa era modesta, de madera, con un balcón que me parecía enorme. Esta quedaba en el medio de una colina. Si subías la colina te encontrabas con una finca de árboles de frutas y de palmas reales, la cual mis abuelos cultivaban. Si mirabas al pie de la colina veías casuchas pequeñas junto a la única carretera que entraba al monstruoso pero amistoso pueblito. Las noches era tan oscuras que podías contar todas las estrellas del universo infinito y el silencio tenía el sonido del coquí, de insectos y del crujir de la casa y entre ese silencioso bullicio, en el medio de la noche, mientras se supone que yo durmiera escuchaba yo a mi abuela. Me parecía que hablara sola. En verdad pensaba yo que la señora tenía problemas psicológicos. Yo trataba de dormir pero la oscuridad, y los ruidos hacían que las noches se hicieran muy largas.

    Una noche como cualquier otra, una noche muy oscura, me despertó una letanía de palabras que parecían venir del balcón a la ventana del cuartito donde dormía yo con mi hermana bajo un mosquitero y bajo la luz tenue de la luna. Me levanté calladita y muy despacio para ver de dónde salían tantas palabras juntas. En mi memoria vive la imagen de mi abuela sentada en un sillón grande de madera, meciéndose y hablando sola. En esa noche, que pienso fue la primera noche que descubrí de su relación con un ser espiritual, estaba yo parada en el pasillo mirando hacia la puerta que daba al balcón. Sentí como si hubiese interrumpido algo importante, una conversación privada o un idilio de amor. Traté de no moverme para que ella no escuchara, pero fue en vano. Allí parada, vi cuando ella volteo la cara y me miro. Continuaba hablando...¿Sola? Y me señalo para que me acercara a ella. Puso su dedo indice en sus labios como diciendo "no hagas ruido". Caminé hacia ella, y extendió sus brazos para sentarme en su falda. Esa falda me sirvió de cuna por mucho tiempo y allí aprendí lecciones de vida que no tienen precio material, allí mi espíritu comenzó a abrirse como las alas de esa mariposa que sabe que tiene que volar y allí por primera vez en mi vida olí el perfume divino que desprende un espíritu que no es de este mundo. Fue algo raro...no pienses que fue en ese momento exacto que entendí que ese momento había sido especial. No fue así. En ese instante, pensé que en su falda me iba a morir, y si me abrazaba la abuela yo explotaría y seria comida para el cuco del pueblo. Tenía tanto miedo que no me podía mover. Recuerdo que me dijo que rezaba y que no hiciera ruido mientras ella hablaba con Dios. No se cuánto tiempo pasó, pero me pareció una eternidad, me imagino que no habrá sido tanto tiempo. Al acabar me dijo que durante esas horas de la noche era cuando ella hablaba con Dios, me dijo también que de hoy en adelante yo me tenía que aprender un salmo bíblico, el salmo 23. Mientras me mecía, me hizo repetir el salmo. Ella decía una línea, y yo la repetía. Al acabar la lección bíblica, comenzó a mecerme en su sillón y a cantarme canciones de cuna...
    “... Palomita blanca, del piquito azul…Llévame en tus alas a ver a Jesús…
    Si niñita linda, yo te llevaré, porque con tu madre te has portado bien...”

    Antes de mandarme a la cama, me hizo arrodillar y con su mano en mi cabeza me bendijo, y me juró que Dios me amaba y me dijo que yo era especial porque era única y que había algo dentro de mi que iba a ser grande, muy grande e importante. Ella no sabia lo que era pero algún día me seria revelado y entonces yo iba a saber. También me dijo que fuese agradecida porque había nacido bendecida y privilegiada. Tocó mi pecho, como transmitiéndole algo a mi corazón, me dio un beso mojado que limpié con mi mano y me mandó a dormir. Esa noche siempre la he recordado como una noche surreal. De camino hacia la cama recuerdo el crujir del piso con mis pequeños pasos y treparme a la cama junto a mi hermana bajo el mosquitero. La mañana siguiente, al despertar, sentí que sabía algo que nadie sabía. Yo guardaba un secreto... Que mi abuela hablaba sola por las noches.

    A veces pienso que mi abuela me hablaba sin hablarme. Me imagino ver sus ojos mirando los míos… Esos ojos negros y profundos. Extraño sus caricias ásperas y sinceras. Sus palabras sabias que escuchaba por respeto, sin querer oírlas pero que aún así de algún modo mi espíritu necesitaba escuchar. Es curioso que al comienzo de mi vida me aconsejaba y yo respondía- "si abuela, te entiendo". Sin en realidad entender. Pensaba dentro de mi " son palabras de una vieja que me quiere mucho. ¡Qué más da ¡Por respeto hay que escuchar". Me sentaba horas a veces a oírla. -"¿Qué basura lees ahora?" Preguntaba la abuela. - Es una novela ficción sobre la supuesta vida de Cleopatra. - "Hija, atiéndeme bien. Si pones basura dentro de tu cabeza, Basura es lo que saldrá de ella. Busca temas que te enriquezcan. Si vas a leer sobre Cleopatra, para que quieres la versión ficticia. Siempre busca la verdad". Para mí su palabrería siempre me parecía un regaño. -"Pero abuela, ¡por lo menos estoy leyendo! ¿No te parece un paso hacia adelante?" - "No. Piensa bien lo que te digo." ¿Cómo puede alguien hablarte sin hablar? ¿Cómo se hace eso? Solo con su presencia mi espíritu se detenía a esperar por algo. Y allí mientras mi espíritu se llenaba de aquello que ella le daba, mi cuerpo quedaba inmóvil, mientras mi mente decía..."sal de aquí ya". Y allí permanecía hasta que esa fuerza que me ataba me permitía salir. Todo este entrenamiento con ese ser tan sabio, me ha traído hasta aquí. Y entiendo ahora muchas cosas. No es coincidencia que haya tenido la abuela que tuve, pues sí, soy de otro mundo.
    Y creo que tú también vienes de otro mundo.
     
    #1

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