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Aquel extraño

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 23 de Marzo de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 577

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    Mujer
    Los restos del verano decaían en aquella noche del jueves, el camino de tierra le indicaba a Asami, que era lo que se encontraba más allá. Alargando su poca visión, escondida detrás de un par de lentes viejos, que le habían pertenecido a su padre en sus años de estudiante, se permitía escasamente, poder ver los árboles que se divisaban en la lejanía. La luna naranja brillaba sobre las cumbres, las montañas del lugar parecían seguirla sin retorno y las estrellas brillaban. Parecían luciérnagas, de esas que por las noches la molestaban cuando se metían en su cuarto. Odiaba los insectos, pero aún más, el haber aceptado viajar con la familia de su padre, aquella que estaba conformada por sus dos tías, Rosaura y Clotilde, más los primos, Juan de 12 años, Matías de 10 y Mónica, quién era hija única y para colmo, de tan solo 4 años. Los varones eran del matrimonio de su tía Rosaura y Felipe, la niña por otra parte, era el producto de un casamiento terminado en divorcio a los dos años, de su tía Clotilde y Carlos. Su padre, Ricardo, era el mayor de los hermanos, él había sido el primero en casarse e irse a vivir con Martina, madre de Atsushi de 7 años, Kiro de 13, Hasekura de 18 y por último ella, Asami de tan solo 20 años. Si, tanto Ricardo como Martina, se habían conocido en los años 80, mientras ambos se encontraban en una reunión de mangakas, de esas en donde hay diversos cómics de todas partes. Ambos eran aficionados por la literatura japonesa y sus costumbres, de esto se debía la decoración en su casa, más el origen de sus raros nombres. Su conexión fue inmediata, según relatan ellos, siempre en alguna que otra noche cuando las copas se llenan de más.
    Aquella semana, habían decidido viajar a Córdoba, su familia más la de sus tías habían concordado que se quedarían en unas cabañas cercanas al río, una semana y media. Se les había facilitado el contacto ya que Felipe, era comisionista.
    El viaje había sido agotador, las horas sentada en el auto, más el espacio reducido y tener que soportar a sus hermanos, le había provocado una migraña que se abría paso lentamente por su nuca. Después de llegar y convencer a sus padres, de poder recorrer los alrededores sola, se había montado en sus mejores zapatillas, para poder tener un momento de paz. Al llegar al río, se había detenido a observar el agua correr con apuro por entre las rocas y hacer bailar los pastos que entre éstas se hallaban. Había familias por donde mirase, madres, niños y padres sentados tomando cerveza. Detestaba que éstos fueran los causantes de arruinar la armonía que había ido a buscar en un principio. El sonido agudo de los llantos de los niños, más el movimiento violento de sus pequeños pies y manos, dar de lleno contra el agua que los rodeaba, comenzaba a recordarle aquel odio hacia los bebés, que guardaba en su interior y que había nacido cada vez que sus padres le anunciaban que sería nuevamente, hermana mayor. Asami respiró, miro el cielo y deseo con todas sus fuerzas que las voces de a su alrededor se callaran. El silencio era su refugio, en él se sentía completamente ella misma. Podía leer, podía incluso disfrutar de la naturaleza y los pájaros que la acompañan. Se recostó en una manta que siempre llevaba consigo, y prefirió concentrarse en la música que sonaba en sus auriculares.
    Casi sin darse cuenta, la tarde se había esfumado. Miro su reloj y daban las 20:30. No había mucha gente a su alrededor, se preguntaba en que momento todos esos niños escandalosos junto con sus padres, se habían marchado. Miro nuevamente el cielo y cayó en la cuenta de que se había oscurecido. Mientras se ponía de pie, miraba sus piernas y brazos, el sol tranquilo había dejado algunas marcas. Luego de acomodar su bolso, su ropa y también sus lentes, en ese gesto rutinario que había copiado de su padre quien también los tenia que usar, emprendió viaje.
    Caminaba a paso seguro, odiaba sentir las piedras que la calle dejaba en el camino. Se le clavaban en el talón y dolían. Intentaba no pensar, pero aquel silencio que antes había anhelado, ahora mismo le carcomía los pensamientos, se metía entre los resquicios de su cabeza y la ponía en alerta. Nunca en su vida había sido testigo de una quietud tan intimidante como la que entre aquellos bosques que la rodeaban, se sentía. La calle era ancha, de muchos baches y rodeada de arboleda. Pinos de todos los tamaños, quebrachos que se retorcían en formas estrepitosas también asomaban entre el paisaje. Si ella se ponía a pensar, aquellas imágenes que podía apreciar de par en par justo ahora, eran de las que siempre se había dedicado a ver en películas o leer en libros y/o historietas. Ella no era asustadiza, su hobbie favorito eran los viernes de películas de terror y pochoclos junto a su gato Roly.
    De pronto y mientras recordaba la trama de la ultima cinta que había visto, un sonido seco hizo que su cuerpo se detuviese. Intento divisar si alguien se acercaba, para poder saber si era un auto y tenía que correrse, pero al mirar hacia atrás, nadie se encontraba. Ni un alma, ni un bicho que anduviese volando por ahí ni mucho menos.
    Continuó su camino, pasaron los minutos, la distancia, y calló en la cuenta de que estaba perdida. Miraba más allá, en busca de una respuesta o de una persona a quien consultarle, pero solo árboles y más árboles era lo que encontraba. La naturaleza al igual que los sonidos de la noche eran su única compañía, el dolor de cabeza se desprendía sin permiso entre sus sienes, tantas subidas y bajadas le habían bañado la frente en sudor, al igual que sus piernas, la remera se le pegaba al torso y los pelos a su alrededor estaban hechos un desastre. Intentó usar el teléfono, pero no había señal, por más que lo apagase y volviese a encender, nada parecía funcionar. Sus ojos estaban comenzando a empañarse, una voz en su consciencia comenzó a sonar y preguntarle, ¿Qué haría ella sola en un lugar así? ¿Cómo sobreviviría a una noche, en donde su única compañía serían unas cuantas piedras y criaturas salvajes? No lo sabia, no encontraba la respuesta y eso la molestaba aun más. Miro nuevamente hacia todos lados, no había ni una sola luz encendida, cayo en la cuenta de que aquellos caminos no contaban ni con faroles. La oscuridad se abría paso y la aturdía, cegaba su razón y le pegaba en el estómago. Comenzó a caminar a tranco seguro y ligero, sabía que detenerse no era una opción, pero sí lo que hizo cuando unos cuantos ruidos se asomaron de entre los árboles que la rodeaban. Las gotas de su transpiración se enfriaron cuán lluvia de pleno invierno, comenzaron a recorrerla sin apuros por toda su espalda, para dar de lleno contra su cintura. Dio vuelta lentamente, pues sentía que al mínimo movimiento, aquellas sombras que le pisaban los talones, la devorarían.
    Su mirada se encontró con la nada misma, entre hojas secas y ramas no se divisaba ni un solo ser vivo. Pero el no haber nada, solo hacia que su miedo acrecentara, cuando un golpe que dio contra el suelo bajo sus pies y los hizo vibrar, sonó, éstos mismos comenzaron a correr. Sus piernas dolían pero no importaba, su visión la engañaba. Podía sentir que las montañas la tragaban y se burlaban, veía como las estrellas llovían como fuegos artificiales y la quemaban, las ramas largas le rozaban la piel de los brazos y la cortaban. De pronto, su pie falló y se desplomó en el suelo. El piso dio contra su cabeza y le provocó una puntada en el casco. La piel le dolía, estaba roja y caliente, sus manos lo habían comprobado. Al abrir lentamente los ojos, pudo reincorporarse. Observo nuevamente a su alrededor aún en busca de algo que la guiara, pero seguía sin señales de vida. De pronto, cuando la bruma silenciosa de la noche, comenzaba a deslizarse por el camino, un pánico del que nunca pensó ser presa, se adueñó de ella.
    Mientras aún tocaba aquel punto que había quedado sensible en su cabeza luego del golpe, una presencia le pico en la nuca. Algo estaba detrás de ella, algo pesado. Un cuerpo sombrío que la detenía, que la dejaba sin habla y que enmudecía su lengua, la que se había secado de golpe, de tanto abrir la boca para tragar aire e impulsarla a salir nuevamente al trote. Pero aquello detrás de ella, fue lo mismo que ya la había atrapado. Fueron un par de brazos largos con forma de noche, quienes la apresaron. El pecho de Asami subía y bajaba con furia, sus manos temblaban, sus uñas sucias se clavaban en las palmas, las piernas comenzaban a dolerle y las plantas de sus pies ardían. Lloraba a gritos, pero eran estos mismos los que no salían de su garganta. Sus oídos percibieron un agudo incesante que la aturdió, el frío la abrazó y aquel monstruo prosiguió. Ella pudo ver su fin, pudo ver lentamente, la hora en que su muerte había sido pactada con el destino. Las 22:35 rezaba en reloj en su muñeca izquierda, un número que jamás olvidaría y uno que sin pensarlo, había marcado con anterioridad, las lágrimas rojo carmesí que ahora empeñaban su paisaje, que lo bañaban y agrietaban al mismo tiempo, que la rasguñaban y abrían de par en par, que la recorrían de pies a cabeza dejándola sucia, rota y sin miedos, sin amores, sin nada. Desnuda. Desnuda y a la intemperie.

    El frío de la madrugada daba contra la planta de sus pies, y la lejanía de la luna se sentía vacía. Ella recordaba las estrellas, las estrellas y sus colores, pero ahora ya no estaban. Ni las estrellas, ni tampoco su vida, la que normalmente llevaba consigo. La de todos los días, la que su madre adoraba y con la que su padre solía jugar. O aquella que sus hermanos se empecinaban noche y día en molestar. Con las fuerzas que su espina dorsal le proporcionaba, pudo poner sus pies sobre el suelo, mover los brazos a sus costados y sentir sus manos abrazar su torso. Ese cuerpo ya no se sentía como si fuera el suyo, era otro, era diferente, era más débil y se sentía helado. Los dientes en su boca dolían, el cabello sobre su cabeza era una obra de arte de la cual se desprendía un olor nauseabundo. Asami entendía que en todo el tiempo que habría pasado, sus padres ya estarían buscándola, de pronto y muy deprisa, casi arrastrándose, sus pies comenzaron a correr con la poca fuerza que le quedaba. Pero el bosque era pesado, los arboles se alineaban perfectamente para lastimar, se deslizaban unos contra otros esperando una presa para poder tomar cautiva. Los ojos de Asami brillaban, no por un brillo especial, sino por las lagrimas que marcaban trazos de acuarela en sus mejillas, que las pintaba y al mismo tiempo las rompía en muchos pedazos. La naturaleza rugía, las aves cantaban y ella comenzaba a pensar que aquel canto era más bien una burla. De pronto, su estomago comenzó a rugir, su boca también estaba seca y lo único que podía recordar haber saboreado, era el gusto metálico de su propia sangre, aquel que trepaba pegajoso en su paladar hasta deslizarse por su garganta irritada.
    Luego de caminar por el sendero que la misma tierra trazaba, comenzó a sentir que aquello ultimo que su estomago había podido retener, se saldría por sus labios en cualquier momento. Éste mismo se abría, se hinchaba y le provocaba una presión en el abdomen, las costillas aun ardían y su espalda le estaba jugando una mala pasada. Después de detenerse a mirar a su alrededor, sintió como sus uñas dolían y punzaban. También había comenzado a sentir que, si seguía escuchando los sonidos de más animales y/o insectos, moriría de un ataque psicótico. Las mismas aves que había visto revolotear sobre ella, seguían gritando con un sonido tan agudo que creía, podrían oír hasta sus padres donde quiera que se encontrasen en aquel momento. De pronto, y luego de recorrer tantos lugares que se veían de la misma forma, se detuvo frente al espectáculo que frente a sus ojos se estaba abriendo paso. Quiso mirar la hora en su reloj, pero entre tanto correr y deslizarse entre los arboles y arbustos, cayo en la cuenta de que ya no se encontraba consigo. La brisa helada y con rastros de humedad que se desprendía, abriéndole paso a las nubes, ahora mismo le golpeaba en la frente. Asami miro hacia arriba, aquella imagen le devoro los últimos alientos que luchaba por contener en sus pulmones y poder seguir. Las mismas nubes que sus ojos habían seguido en su agotadora marcha, ahora mismo se deslizaban lentamente sobre las cumbres. Parecían correr carreras entre ellas, si entrecerraba los ojos, lucían como sabanas cayendo al ritmo del viento por los resquicios de las montañas. Ella entendía que ése quizás fuera su fin, había escuchado de sus abuelas, que antes de morir uno suele ver cosas hermosas, que son estas mismas las señales de que la vida se nos esta escapando de las manos, de que es hora de volver del lugar de donde sea que provengamos. Pero de pronto y mientras sus pensamientos la mantenían cautiva, la popa de los arboles que la rodeaban, comenzaron a agitarse salvajemente. Los sonidos de los insectos y aves se acallaron, el escaso césped que se hallaba bajo sus pies comenzó a quejarse, Asami estaba petrificada, los músculos le punzaban y los huesos rechinaban violentamente, pero fueron estas mismas causas las que ignoro al voltearse a ver, aquella criatura que se encontraba detrás. Ya no tenia miedo, lo había dejado atrás junto con su existencia, con la que había llevado consigo hasta ahora. Su cuerpo cayo sin premura sobre el suelo, sus rodillas dieron de lleno contra la dureza del mismo, para luego terminar de desplomarse sobre la hierba. Su mirada solo le reflejaba destellos sin forma, las nubes seguían allí, pero ahora mismo se veían interrumpidas, por una enorme mancha negra que se cernía sobre ella. Su mente divagaba entre lo sucedido y lo que quizás hubiese pasado de quedarse ella en casa junto con su familia, qué música pondría de fondo su padre, qué comida cocinaría mamá o de que nuevo videojuego hablarían sus hermanos.
    La naturaleza estaba quieta, presenciaba a la misma muerte darle paso a la vida. Unas manos blancas y pálidas, que hacían ensordecer a la misma luna, eran las mismas que tomaban el rostro ahora apagado de Asami. Unos dientes perfectos mordían su carne, dejando huellas, abriendo y tomando todo a su paso. El cuerpo de ella simplemente contemplaba en total silencio, aquellos labios que se deslizaban entre su cuello, sobre las clavículas, sobre sus senos, a lo largo de su estomago y sobre sus piernas. La mirada ciega y ensombrecida de la muchacha, se percato de la forma en que aquellas marcas ahora se abrían. La piel cedía y se retorcía, se volvía caliente para luego despedazarse automáticamente en un compás sonoro, como cuando la tinta entra en contacto con el agua. Su anatomía ahora mismo parecía cubierta de tinta rojo carmesí. Los músculos y tendones quedaban al descubierto, las marcas de rasguño, los moretones, las cicatrices que había llevado consigo estos 20 años, ahora no eran mas que solo recuerdos que se encontraban en su cabeza. Sentía miles de hormigas ponzoñosas recorrer su figura, podía sentir los huesos crujir y deformarse, escuchaba su voz volverse afónica de tanto gritar y gimotear sonidos que jamás creyó escuchar salir de su garganta. Las raíces del cabello le ardían, sentía que cientos de agujas se clavaban desde adentro y salían a la superficie. Las uñas se clavaban de forma arrebatada en el suelo, aquel acto solo se debía a que eran sus mismos dedos los que luchaban, intentaban encontrar un suelo fresco que calmase la fiebre que de ellos nacía. Aunque en esos momentos, no fuese lo único que se encontraba emanando.
    Luego de unos momentos, sus ojos se abrieron, la quietud del lugar que la rodeaba parecía hablarle al oído, las ramas y hojas que bailaban en el paisaje nocturno, aun subían y bajaban. Respiró profundamente, pudo enderezarse y a medida que lo hacia, tocaba aun sin mirar, su cuerpo. Ahora éste mismo no poseía heridas, sus manos estaban sanas al igual que sus pies, como si todo el camino recorrido no hubiese pasado por ellos. Sus piernas se sentían fuertes al igual que su espalda. De pronto, sintió el sonido ligero de una corriente, se alerto al darse cuenta que era el de un río. En un momento que no distinguió, salió corriendo hacia la fuente de aquel sonido. Al llegar, el agua era el espejo perfecto de la luna, del horizonte que se abría sobre su cabeza, pero también, de aquella imagen que delato el miedo que comenzó a trepar por sus piernas, para clavarse de lleno en su pecho. Asami no era la misma, su silueta se había contorneado, sus senos se habían adquirido volumen y su cabello ahora mismo caía como una lluvia negra y llegaba hasta sus caderas. Pero aquello que enmudeció la voz de su inconsciente, no fue nada mas ni nada menos, que aquellos ojos que le devolvían la mirada en el reflejo. Eran un par de rubíes rojos, con tonalidades de naranja que se desgajaban dentro de ellos y con un par de pupilas rasgadas que parecían omitir destellos. Las lagrimas comenzaron a caer, sus manos sujetaban su rostro y caía lentamente en el suelo. Un sonido la alerto, aquella presencia que había sentido devorar su carne una y otra vez, estaba nuevamente detrás. No había podido ver bien el rostro de su verdugo, pero ahora mismo, y entre las ondas que se deslizaban por el agua, eran un par de ojos que centellaban en la penumbra los que la miraban. Un rostro pálido, un cabello negro azabache y unas ropas formales, la consumían hasta el hartazgo. Asami logro ver a su asesino, pero también, a aquella criatura que ahora mismo, la tenia entre sus garras, pero a decir verdad, no creyó que aquellas no se verían como las de un animal, sino mas bien, las de un ángel.
     
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    A Alizée le gusta esto.

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