Audífonos pegados con chicle.

Que mierda andar con un morral sucio,
una botella con veneno para rata, y una jeringa;
¿de qué te haces cargo andando así?
Ni de tu propia muerte te puedes hacer cargo andando así,
si no, ya te hubieras inyectado, y no estuvieras ahí,
andando como huevón, y esperando un milagro,
y eso es, así de simple, lo único que esperas,
es un milagro.
Pones tus canciones rebuscadas y saturadamente,
tristemente épicas, como si el cielo fuera a partirse
y la luna te desgarrara ante la mirada atónita de la que no te ama,
porque eres un puto perdedor, un puto perdedor
que no tiene para el pasaje del autobús,
y ella ya se cansó de gastarse la propina que le da su madre.
¿Qué más haces? Si no sentarte
en bloques de cemento orinados
y tirados en las orillas de alguna playa infestada de ratas,
pretendiendo crucificarte hasta llegar a su memoria,
y que te recuerde, que se acuerde
y corra a ti entre un silencio intoxicado
de la mierda que suena en tus audífonos pegados con chicle,
porque tampoco puedes comprarte otros.
Un día, después de años de días, despiertas,
y agradeces que el único milagro que tuviste,
fue no hacerte cargo de tu propia muerte;
entonces pones una de tus canciones rebuscadas,
y saturadamente, tristemente épicas, y escribes
como si el cielo fuera a partirse, y la luna te desgarrara ante…
​

 

También, puede ser.