Autovía (poemario): poema 7

19/04/2018

La noche habla de los desvelos.
Grita los susurros que nunca se oyen.

Gris la pasión de aquel que llega en la noche profunda,
amarilla la esperanza de la compañera.
Rojo el anhelo del galante de discoteca,
verde el de la idealista; morado el que vive
en un armario; y con purpurina
en la cara la que saca el paraguas.

La noche se vuelve melancólica al oído.
Me cuenta batallitas sin victorias ni guerra.

Pálida la cara está que no duerme, clara oscura
en la noche, abrumada por los problemas.
Blanca la cara del moribundo que sueña
en lo que nunca llega. Y negra se vuelve
con el tiempo en que expira.

La noche se vuelve irritante con las alegrías.
Las luces que la enfocan la molestan, damisela apolillada.

Los borrachos y los tristes se dan la mano.
Los poetas y amantes se entienden con una copa.
La música y la verborrea casi son lo mismo.
El entender se acerca a la estulticia.
El prestidigitador da consejos al honesto y el otro a éste trucos.

La noche se torna tan fría que la gente se abraza.
A la Luna le da miedo tanta vergüenza que sale al horizonte.

Los vestidos se corren al punto que salen desnudos,
con sus mal hechas costuras, con sus mal hilados...
Salen desnudos los cuerpos en los que se erigen
las verdades más abstractas e indefinibles.
La locura se da un paseo.

La noche se va a dormir, cansada de sí,
y ya no sabe qué hacerme para dejarme dormir.​