Barcino

En la playa de Barcino,
bajo el rigor crepuscular
veo las ruinas amargas
-como blasones hollados-
de un heroico batallar.

Veo un yelmo y un peto,
una rodela y una lanza
-rota, pero no humillada-
que agita con agrios dedos
el desdén del rojo mar.

Y se ve, lejano y hendido,
alargando su escueta sombra,
el manchego, que su ventura
en esa impávida sílice
sin boato vio sepultar.

¡Ahí quedaron soterrados
su misión y su honra,
que supo cortar de tajo
el filo de una blanca luna!

¡Ahí fueron inhumados
la fuerza de su brazo,
sus votos de caballero,
el orgullo de luchador,
la corrección de los yerros
de la ingrata humanidad!

Ahí, bajo arenas acerbas
dejó su luminosa aventura
con un epitafio que el viento
presto vino a borrar
y su espada desnuda,
con su bravura mellada
una leyenda truncada
como cruz supo firmar (...)