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Besos al Poniente

Tema en 'Poemas Recitados' comenzado por Carlos Estrada, 5 de Octubre de 2024. Respuestas: 2 | Visitas: 300

  1. Carlos Estrada

    Carlos Estrada La Poesía nos rescata del acantilado del olvido.

    Se incorporó:
    7 de Agosto de 2024
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    Hombre


    “Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor”
    Gabriel García Márquez


    Besos al Poniente

    Cual relámpago de fuego incandescente
    la traspasó en el pecho, del joven el mirar.
    Fue el flechazo tal que no pudo esquivarle
    y ante sus ojos negros se sonrojó su faz.
    Ella, moza esbelta de tez cautivante,
    él, marinero de paso, a días de zarpar.
    Fue en la feria del domingo, entre la gente
    se vieron en la plaza, frente a la catedral.

    Y nació aquella pasión alucinante
    y fue a primera vista, impetuoso vendaval.
    Calcinados en su propia lava hirviente,
    la erupción de sus almas rugía cual volcán.
    Se alumbraron con la luna omnipresente
    y como si el mañana no existiera jamás,
    bajo el techo de la noche deslumbrante,
    la arena fue su alcoba, la playa fue su hogar.

    Él trazó un futuro hermoso, unidos siempre,
    un porvenir boyante de gloria, dicha y paz.
    La doncella le entregó su piel vibrante
    y la ofrenda guardada de su amor virginal.
    Y el marino le afirmó, en tono solemne,
    que al volver de su viaje renunciaría al mar
    y que juntos libarían, ya triunfantes,
    del néctar de su idilio, de la miel de su afán.

    Se les vio andar de la mano, indiferentes,
    viviendo a rienda suelta su frenesí fugaz,
    ignorando el deshojar del almanaque,
    el pasar de los soles y el adiós del final.
    Y veloz se evaporó el tiempo inclemente,
    las horas se esfumaron cual niebla al clarear
    y llegó la despedida y su angustiante
    océano de negras tristezas de alquitrán.

    Él le dio un pañuelo de seda de oriente,
    bordado de escarlata, llevaba su inicial
    y una trenza ella obsequió de su elegante
    melena perfumada de orquídea y azafrán.
    Prometió que volvería el navegante
    de su último periplo por tierras de ultramar
    y juró que esperaría ansiosamente
    la enamorada, presa de su ilusión voraz.

    Él partió en ligero bergantín flamante,
    de velas impolutas de un blanco sin igual
    y el velero aquel era un cisne imponente
    que raptaba a su amado, dejándola a ella atrás.
    Se enrumbó al oeste el navío silente
    ya avanzada la tarde de aquel julio estival
    y el crepúsculo dorado y fulgurante
    lo devoró enseguida junto al disco solar.

    Y en el muelle aún, la chica sollozante
    se abatía en espasmos de su pena fatal
    y agitando al viento el pañuelo doliente
    creía oírle acaso, llamándola quizás.
    Esa noche encomendó su alma inocente
    al Dios de las alturas y le imploró al azar
    que cuidara a su viajero, ya distante
    y para sí, al destino, que cumpliera su plan.

    Comenzó su larga espera desafiante
    en el faro del puerto y en el puente del canal
    y sus pies pisaban sus huellas recientes
    cada día en la playa de su infausto vagar.
    Desde el alba hasta el ocaso refulgente
    oteaba la distancia y oraba al mar guardián
    y lanzaba al aire el nombre de su amante
    y al sol rojo, los besos de su pasión tenaz.

    La bahía vigilaba en su expectante
    añoranza de verlo, por fin, desembarcar;
    cada barco traía rostros sonrientes
    pero del bienamado, jamás ni una señal.
    Y en sus párpados se anclaron los diciembres,
    vistió de calendarios, su nido, el alcatraz
    y aunque el llanto hirió con saña su semblante
    se aferró a su promesa como hambriento a su pan.

    De su piel, la lozanía reluciente
    había hurtado a trozos, el tiempo en su desmán
    y los años, al pañuelo del errante,
    de lágrimas teñido, mancharon de pesar.
    Y corrió la voz de que estaba demente
    de tanto enviar sus besos a quien no volvió más
    y se cuenta que, ya exhausta de esperarle,
    nadó rumbo al oeste, cierta tarde otoñal.

    Se adentró al oleaje en pos del ausente,
    se alejó al mar abierto, en frenético escapar
    y brazada tras brazada, a su agobiante
    dolor lo iba dejando, para siempre detrás.
    Ya extenuada, se detuvo, delirante,
    muy lejos de la playa que fue su talismán
    y de cara al sol, su eterno confidente,
    elevó una plegaria al buen Padre celestial.

    Vio tocar al astro de oro el horizonte,
    se oyó el siseo endeble del agua al borbotar
    y al reflejo de esa luz agonizante
    lanzó a su amor perdido el postrer beso de sal.
    Y al sentir el roce helado de la muerte
    lo abrazó en su memoria, lo nombró una vez más
    y ofrendando su alma rota al sol poniente
    se hundió con el ocaso, tragada por el mar.

     
    #1
    Última modificación: 4 de Marzo de 2025
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  2. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Me gustó. Reproduje el video, se siente motivador e inspirador.

    Saludos
     
    #2
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  3. Carlos Estrada

    Carlos Estrada La Poesía nos rescata del acantilado del olvido.

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    7 de Agosto de 2024
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    Hola Alde:
    Honor que me hace con su visita y su valoración. Que bien que mi poema le resultó inspirador.
    Yo entro poco al foro por cuestiones de tiempo pero cuando entro leo bastante y lo disfruto mucho.
    Pase una bendecida noche.
     
    #3
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