Boceto

A veces vuelves en las tardes,
cuando empuño un espejo,
un chopp, un cigarro.
Pero es difícil que te extrañe.
No lo hago. Quizá seas
un pajarito furtivo que anida
en mis recuerdos y tus alas
sin ruido me peinan cada
mañana. Pero ¡No te extraño!.
Porque todo es nada más
el correr de un vino,
una aventura musical de
mi cerebro, una flor que
no se abre y no dice
su nombre. Logré sentarte
en mis rodillas, que un poema
adorne con veinticuatro
rosas tus desgracias;
aquella tarde de Febrero
con que mis sueños
se estrangularon.
Cuando el infinito me
perseguía como un perro
sin dueño. Y el éxito fue
sumado con el dolor y la
lógica imprevista de una
belleza amarga.
Viví como un mendigo de
tus labios, tu perfume sin
olor rodeaba con sus velos
esta costilla que estaba
sola; un poco por botánica,
un poco porque sí.
Pero eso fue todo.
Denuncio a tu cuerpo,
a tus brazos, a esos filigranas
del destino que me arrojan
con el amor por la ventana.
Compañera mía, fuiste esa
tela de araña para coser
diamantes, fuiste esa calle
por donde corren los chacales
de mi infancia, un relámpago
en luto, un juego a la demencia,
un nido de relojes blancos, la
ciencia que estudia las máscaras.