Cantor y trashumante

Milonga,
para el año treinta y pico, ya
entre tanto cemento,
no se escuchaba mi eco.

Me volví aún más triste,
las antenas incipientes,
no me transmitían nada.
“El tango lo invadió todo”, me dije
la gente ignorando mi tristeza bailaba.
Mecerme en brazos ajenos desee,
más ya nadie me tocaba.

Quise secar el llanto,
atravesar la pampa hacia el oeste.
Meterme entre el gauchaje,
mezclarme al paisaje solitario
sembrar los campos de estrellas

Quise volver al pago después de mucho.
En mil fogones de guitarras trasnochadas sumé fuerzas,
fogones solitarios de cigarro y pava al fuego,
pero la ciudad y su frontera gris me rechazaba.

Todo era desmesuradamente grande:
los edificios, los ómnibus y monumentos,
Las luces, las ansias.
Nadie miraría a una muchacha simple de trenzas negras.

Hoy todo huele a tiempo cuando me pulsan en la viola.
A polvo de La Pampa,
a lejos.

Torcaza gris,
el calor del día el cemento expande,
la sombra del ombú es mi refugio.
Quise volver en la noche y me perdí hacia el alba,
no han vuelto a oír de mi por Buenos Aires.



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